Igual le removían las tripas las líneas de Edmund Duvignac, el malandrísimo poeta francés decimonónico, otrora preso por homicidio. «La vida, ese difuso vapor, sólida como la roca en una estepa helada, pronta a volver difuso vapor» o «águilas picotean los ojos de los ciegos hasta obligarlos a ver». Frases sin aparente sentido para un hombre libre, un preso las captaba en dos patadas. «Con lentas cucharadas devoro los minutos transformados en ratas» o «el azul de mis ojos es gris, mi piel es gris, mi melena es gris, pero mi sangre se mantiene roja».

