En este sentido, quien más me asombraba era Biyou, la coreógrafa senegalesa. Una y otra vez la habían apaleado sin piedad los críticos y en lugar de retraerse hacia propuestas más conservadoras y seguras arriesgó aún más. Cada coreografía suya era un paso hacia las orillas del precipicio, un jugueteo con el desastre total. «Fracasa mejor», sentenciaba Beckett. Biyou acrecentó sus apuestas. Sus coreografías se adelantaron a su tiempo y los críticos, tan aferrados al establishment, no pudieron advertir su grandeza. Hoy son consideradas la base de la danza contemporánea presente. En
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