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Me parecía inexplicable su pasión por un equipo de futbol madrileño cuando por Claudio apenas corrían vestigios de sangre española. Él lo aducía a Hugo Sánchez, como les había acontecido a muchos mexicanos.
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Jaime citó a Orson Welles que declaró: «La vida es más importante que el cine». Ese era un dilema para mí: ¿arte o vida? La famosa interrogante de «si se incendiara una biblioteca con textos inéditos de Shakespeare, ¿qué salvarías: los textos o al bibliotecario?» a menudo resonaba en mi cabeza. Yo me inclinaba por el bibliotecario.
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Que el arte no es un concurso de simpatía, sino de resultados. No retroceder, no retractarse, no ceder. Aunque, ¿no tendría razón Orson Welles? ¿No debe estar la vida por encima del arte, el bibliotecario antes que los inéditos de Shakespeare?
«A esta gente le faltan horizontes», explicaba Julián, «no pueden imaginar otro mundo que no sea el de la miseria, la injusticia y la impunidad». Según me contó Pedro, el taller creativo coordinado por Julián arrojaba textos desiguales y cándidos, pero de gran nervio. «Ya quisieran esos escritorcitos pretenciosos pergeñar una sola línea de estos cabrones presos.»
Las coreografías Artifact, de Forsythe, y Journey, de Ek, me dejaron anonadada.
Con ella analizamos la obra no solo de Forsythe y Ek, sino de Pina Bausch, Maurice Béjart, John Neumeier.
Lo último que se le puede pedir a un creador es que se rinda. Quienes no se dedican al arte, contadores o empresarios, creen que puede medirse en términos de éxitos o fracasos. Ignoran por completo la razón de ser del arte. El arte es en sí mismo y un gozo hacerlo. Los logros, los aplausos ayudan.
Investigué diversas culturas. En algunas, la mujer menstruante era considerada impura, pues llevaba la muerte en sus entrañas y era apartada de la comunidad. En otras se consideraba una etapa sagrada, la mujer sangrante en contacto con los misterios más hondos de la existencia.
«Todo el mundo está preparado para el fracaso, nadie para el éxito»,
«Prefiero ser conocido por mis grandes fracasos que por mis mediocres éxitos»,
En este sentido, quien más me asombraba era Biyou, la coreógrafa senegalesa. Una y otra vez la habían apaleado sin piedad los críticos y en lugar de retraerse hacia propuestas más conservadoras y seguras arriesgó aún más. Cada coreografía suya era un paso hacia las orillas del precipicio, un jugueteo con el desastre total. «Fracasa mejor», sentenciaba Beckett. Biyou acrecentó sus apuestas. Sus coreografías se adelantaron a su tiempo y los críticos, tan aferrados al establishment, no pudieron advertir su grandeza. Hoy son consideradas la base de la danza contemporánea presente. En
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«Un arte de burbuja, sin contaminación, sin riesgo, sin acercarse a los márgenes de la sociedad, es un arte desdentado», sostuvo. Su discurso, debo reconocerlo, caló entre el grupo.
Qué inútil matazón, pensó. Galones de sangre derramada para que unos spring breakers en Wisconsin o en Nebraska se dieran pasones de cocaína y se pusieran turulatos con la mota. Risa y risa los pinches escuincles gringos y de este lado puro valle de lágrimas.
Morirse en Narcolandia representaba un one way ticket a la Dimensión Desconocida.
Era evidente que tras sus argumentos se escondía una enfermiza relación de codependencia con su violador. Montar la obra era solo un pretexto para reencontrarse con él, una perversa obsesión.
prefería textos de economía, de política y de liderazgo. Varias veces le cuestioné si el liderazgo podía enseñarse. «El carisma es innato. Las habilidades de dirección y gerencia pueden cultivarse», aseveraba.
Se sentó y me leyó un pasaje de Liderazgo carismático, de Mark Voller: «El líder autoritario decide sin consultar a los demás, el líder democrático decide basándose en la voluntad del grupo, el líder carismático decide y convence al grupo. El autoritario impone, el democrático consensúa, el carismático induce».
«Manifiesto…Este país se divide en dos: en los que tienen miedo y en los que tienen rabia. Ustedes, burgueses, son los que tienen miedo.
«La muerte es una boca desdentada que nos sorbe la vida minuto a minuto. Se nutre de nuestros alientos hasta dejarnos secos. Chupa nuestra memoria hasta convertirla en olvido y luego nos escupe como un hueso de chabacano. Nos vemos por última vez en el espejo, la carne enjuta, el rostro apergaminado, la piel ajada y nos pedimos perdón a nosotros mismos: no pudimos ser lo que quisimos.»
La vida transcurre a velocidades y ritmos disímiles. Por largos periodos avanza con lentitud y de súbito, en lapsos cortísimos, suceden eventos frenéticos y radicales que la trastornan hasta dejarla irreconocible.
Nos quejamos de la grisura de la cotidianeidad, pero con frecuencia es nuestra tabla de salvación. Una existencia sin orden termina por apabullarnos.
Escribió aforismos, cuentos, microficciones. «Muchos años les tomó a los científicos descubrir que el olvido lo causa un gusano alojado en el cerebro al que le gusta alimentarse de memorias.»
¿Cómo osaban afirmar que los conocían a la perfección? Rascamos solo la superficie de lo que sucede en su interior. Vaticinar que Claudio va a pedir la carne bien cocida o sushi en vez de teppanyaki no significaba conocerlo.
Las relaciones se construyen con momentos invisibles para el otro y de los cuales jamás se enterará.
«Cada palabra ostenta un peso único. No hay ninguna que la sustituya. Los sinónimos no expresan lo mismo. Son aproximaciones, no son esa palabra».
Por la tarde, me reuní con el grupo. Les planteé mi deseo de montar una coreografía sobre los cadáveres en el Everest como una metáfora del hombre derrotado por la naturaleza. Los cadáveres integrados al paisaje. La montaña como lección. A mis compañeros les pareció interesante, aunque difícil de ejecutar.
escribir para compartir, para confrontar, para provocar. Escribir para rebelarse. Escribir para reafirmarse. Escribir para no enloquecer. Escribir para apuñar. Para apuntalar. Para apurar. Escribir para no morir tanto. Escribir para aullar, para ladrar, para tirar tarascadas, para gruñir. Escribir para provocar heridas. Escribir para sanar. Escribir para expulsar, para depurar. Escribir como antiséptico, como antibiótico, como antígeno. Escribir como veneno, como ponzoña, como toxina.
Escribir para acercarse. Escribir para alejarse. Escribir para descubrir. Escribir para perderse. Escribir para encontrarse. Escribir para luchar. Escribir para rendirse. Escribir para vencer. Escribir para sumergirse. Escribir para salir a flote. Escribir para no naufragar. Escribir para el naufragio. Escribir para el náufrago. Escribir, escribir, escribir.
Tan feliz que se había sentido libre de la tiranía del sexo. Porque eso sí, no hay peor tirano para un hombre que el sexo. Concentra milenios de evolución. Busca, seduce, ataca, da vuelta, pelea, agazapa, salta. El sexo, el gran autócrata girando órdenes.
Solo una mujer con una vida entumecida y aburrida hasta las nalgas podría interesarse en un asesino convicto. La tal Marina no sonaba a esas. «Está casada y con hijos y es la jefa jefa, pero de que se van a gustar, se van a gustar.» Pinche Pedro ¿por qué carajo le decía eso? ¿Qué le diría? «Hola Marina, te invito un café, ¿te late tomártelo en la crujía o en el patio?»
Me pongo a pensar cómo hubiese sido mi vida si el tipo ese no hubiera matado mis gallos y mi gallinita. O más aún, ¿qué hubiera pasado si ese día no fuera a la kermesse y no me ganara ningún pollito? Pues yo creo que habría sido un chavo normal, tranquilo. Quería ser de esos sastres que hacen zurcidos invisibles. Pero, pues me mataron a mis animalitos y una cosa lleva a la otra, y por eso estoy aquí.
«El infierno es una verdad conocida demasiado tarde»,
«Las cárceles son las escuelas del crimen». Ni madres. Un criminal es criminal porque es criminal y lo era desde antes de que lo encerraran y a la mayoría ni en las prisiones finlandesas se lo pueden quitar. Lo traen en la sangre,
Si bien los reclusorios no eran una escuela de crimen, sí propiciaban un greet and meet entre malandros de variado tonelaje.
Se notaba que provenía de generaciones de individuos acostumbrados a acatar órdenes y someterse a los designios de quienes estaban en las clases superiores. México dividido en dos: ellos y nosotros.
Manita Corta había sido un boss despiadado, pero buena ley. Lo apodaban así por haber nacido con un bracito como de muñeca de plástico. Su madre había ingerido talidomida para lidiar con las náuseas del embarazo y al igual que muchos de los chamacos nacidos a finales de los cincuenta, en lugar del brazo izquierdo le colgaba un apéndice con una mano diminuta.
A mi abuela materna le encantaba expresarse con refranes. Con gracia enunciaba uno para cada ocasión.
Había temido su sequedad o, incluso, su rechazo. Nunca se sabe adónde van a parar las relaciones después del sexo.
Ralph Waldo Emerson: «The end of the human race will be that it will eventually die of civilization».
Igual le removían las tripas las líneas de Edmund Duvignac, el malandrísimo poeta francés decimonónico, otrora preso por homicidio. «La vida, ese difuso vapor, sólida como la roca en una estepa helada, pronta a volver difuso vapor» o «águilas picotean los ojos de los ciegos hasta obligarlos a ver». Frases sin aparente sentido para un hombre libre, un preso las captaba en dos patadas. «Con lentas cucharadas devoro los minutos transformados en ratas» o «el azul de mis ojos es gris, mi piel es gris, mi melena es gris, pero mi sangre se mantiene roja».
Recordé uno de los tantos dichos de mi abuela: «Con dinero baila el perro». Y sí, en este país, toda una jauría estaba dispuesta a bailar.
«Lobos rondan tu cama en espera de que sueñes con ovejas», escribió Duvignac.
Maldito hijo de su madre, era el mejor vendedor sobre el planeta, un vástago putativo de Og Mandino y Stephen Covey.
Un viejo dicho mexicano reza: «Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes».
«Estados Unidos afirma ser el país de la libertad, pero en realidad es el país de la represión y las leyes a conveniencia. Es el país más hipócrita del mundo. Se la dan de puritanos pero no tuvieron empacho en masacrar a los pueblos nativos y en arruinar la vida de miles de africanos traídos como esclavos y a cuyos descendientes siguen hostigando con brutalidad. No
«Por tu curiosidad vital y porque tienes un sentido urgente de la vida»,
Conmigo, José Cuauhtémoc se había portado como un caballero. Un asesino más íntegro que varios de mis conocidos y, por mucho, más culto que mis compañeras del colegio, cuya lectura favorita era el Hola.

