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Fácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real.
Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal.
No hay placer más complejo que el pensamiento y a él nos entregábamos.
“Cuando se acerca el fin”, escribió Cartaphilus, “ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras”. Palabras, palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros, fue la pobre limosna que le dejaron las horas y los siglos.
Hay quien busca el amor de una mujer para olvidarse de ella, para no pensar más en ella;
Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es.
Así, toda negligencia es deliberada, todo casual encuentro una cita, toda humillación una penitencia, todo fracaso una misteriosa victoria, toda muerte un suicidio. No hay consuelo más hábil que el pensamiento de que hemos elegido nuestras desdichas;
(Yo, quizá, nunca fui plenamente feliz, pero es sabido que la desventura requiere paraísos perdidos.)
Un hombre se confunde, gradualmente, con la firma de su destino; un hombre es, a la larga, sus circunstancias.
Aclaró que un Aleph es uno de los puntos del espacio que contiene todos los puntos.