Sabía que debía soltarlo, pero no quería hacerlo. Hacía un frío intenso y punzante, aunque Rhys tenía la mano cálida, la piel suave. Y era grande. Y encajaba perfectamente con la mía. Y nunca había imaginado que un acto tan sencillo pudiese ser tan reconfortante. Hacía que el estómago se me pusiese del revés, pero al mismo tiempo me resultaba familiar, cercano.

