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Porque a veces solo hace falta mirar la luna para sentirte cerca de otra persona.
Ojalá algún día te cuelgues de la luna, boca abajo, con una sonrisa inmensa, sin miedo
memoricé tres cosas: que llevaba levantado el cuello de la cazadora, que olía a chicle de menta y que sus ojos eran de un gris azulado parecido al del cielo de Londres en uno de esos amaneceres plomizos, cuando el sol intenta abrirse paso sin éxito. Ya está. Eso fue todo. No me hizo falta nada más para sentir un cosquilleo.
—Te he propuesto un tour por la ciudad, no por mi cama.
—Vale, tú solo… no me abandones. —Vale. Y tú solo… déjate llevar.
—A mí me dan asco los pies. Ni siquiera puedo tocar los míos. Y tú tienes un concepto un poco raro sobre qué es superromántico.
El problema era que no podía dejar de mirarla.
No podía y sabía que pronto tendría que dejar de hacerlo. Y creo que, por retorcido que eso pudiese parecer, era lo que más me gustaba de todo. Lo efímero de aquel momento. Ginger y yo bajo la luna que se reflejaba en el agua brillante y en el destello de las luces de la ciudad. Sencillamente, hablando. Conociéndonos. Observándonos. Tocándonos sin hacerlo.
Galleta Ginger? A mí me encantan. En serio, las de jengibre son mis preferidas. Eres, literalmente, uno de mis placeres secretos —confesó susurrando. —Te estoy odiando en este momento. —A mí me sigues pareciendo igual de apetecible.
—Lo que voy a decir va a sonar como una locura, y ya sé que nos hemos conocido hace unas horas y que no tiene mucho sentido, pero te prometo que te recordaré. Que, dentro de muchos años, seguiré acordándome de ti y de esta noche improvisada.
—Claro que la tengo. Llegará el día en el que no tengas que sentir que te escondes delante de los demás, ¿sabes? En el que simplemente puedas ser tú, sin más, que parece fácil, pero es casi una utopía. Y sé que la gente que te rodea impone, pero piensa que son un número más, y están aquí, en la Tierra, no como nosotros —bromeó.
—¿Y nosotros dónde estamos? Se quedó callado mirando la ventana.
—Nosotros en ...
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—Me gusta cómo suena eso. —Es la verdad. ¿No te sientes así ahora mismo? —Sí —admití baji...
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porque estaba sintiendo… cosas desde que me había cruzado con ella delante
de la máquina de billetes del metro. Cosas buenas. Como ternura. Curiosidad. O deseo.
Había sido real, auténtico.
Y la luna iluminando entre sombras, redonda. La luna que siempre me recordaba a ella.
¿A ti no te parece triste que a veces dejemos de tener contacto con personas que en algún instante llegaron a significarlo todo? Es extraño.
Mirando nuestras manos unidas, pensé en ello. En cómo sería nuestro día a día si viviésemos en aquella ciudad, en otra realidad alternativa. Si compartiésemos una rutina, una vida…
Sabía que debía soltarlo, pero no quería hacerlo. Hacía un frío intenso y punzante, aunque Rhys tenía la mano cálida, la piel suave. Y era grande. Y encajaba perfectamente con la mía. Y nunca había imaginado que un acto tan sencillo pudiese ser tan reconfortante. Hacía que el estómago se me pusiese del revés, pero al mismo tiempo me resultaba familiar, cercano.
—Hay muchos tipos de vértigo. Con eso conseguí captar su atención. —¿Y de cuál estamos hablando? —Del que te sacude antes de hacer una locura. —Ginger… —Pero no le dejé decir nada más. Me puse de puntillas. Y entonces lo besé.
Sentí sus labios cálidos contra los míos. Sus manos descendiendo por mi cintura. Su respiración acelerada… Su sabor… Lo sentí todo en aquel instante.
Yo me dejé encontrar, besándola con fuerza. «Vértigo» era aquel beso y no lo que había sentido antes. «Vértigo» era ella. Mirarla y saber que no existía un «nosotros». No sé cuánto tiempo estuvimos allí, … tan perdidos en aquel momento, … tan cerca de la luna.
Respiré hondo. Noté el pecho subiendo y bajando… El murmullo de las olas, de su voz cantarina…
¿Qué es eso de Marte y Saturno? Nosotros estamos en la luna, Ginger. No te desvíes por la galaxia sin avisar.
«Para Rhys, el chico con el que comparto apartamento en la luna, porque no era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo lo hice mi amigo y ahora es único en el mundo.»
«Él se enamoró de sus flores y no de sus raíces, y en otoño no supo qué hacer».
Pensando en eso, en qué ocurre cuando los pétalos caen y solo quedan las raíces. Peor aún. ¿Qué pasa si no hay raíces, si no existe nada anclado a la tierra?
«Un ancla.» De eso se trataba todo. De anclas, de raíces, de nidos. Tan sencillo y doloroso a la vez…
Últimamente me odio un poquitín a mí misma.
es como estar permanentemente colgado de la luna. Boca abajo. Con una sonrisa inmensa. Sin miedo.
Estoy enamorada de ti, Rhys. Lo estoy desde hace tanto tiempo… que a veces creo que empecé a sentirme así la noche que te conocí en París.
también estaba enamorado de ella.
Ginger, Ginger…, necesitaba un respiro. Así que estoy divirtiéndome y quemando lo que queda de verano. ¿Te suena eso que hablamos sobre hacer un trío? Bien, pues me equivoqué. Ya no recordaba que era genial. Perfecto. Acabar con dos chicas en casa y disfrutar sin pensar en nada. Sin complicaciones. Tan fácil… Así es como son las cosas que de verdad valen la pena en la vida. Eso. Fáciles. Quizá te lo enseñe la próxima vez.
leer un buen libro es casi como estar en la luna. Durante esos instantes, mientras te sumerges entre las páginas, dejas de tener los pies en la tierra, viajas lejos, a otros lugares, a otros mundos, a otras vidas…
El amor debería ser fácil, Rhys.
cuando le dije que brillaba tanto que deslumbraba a todos los demás. Era como si esa idea se hubiese ido diluyendo con el paso de los meses. El chico que hablaba con la voz ronca al otro lado del teléfono ya no era el Rhys al que tanto admiraba.
Somos momentos bonitos, instantes agridulces, noches tristes. Somos detalles. Somos reales.
Siempre habrá algo que pierdas incluso cuando ganes, pero eso no es lo importante.

