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July 1 - July 5, 2024
los filósofos y los humoristas son muy parecidos y no solo por el olor corporal, su afición a los sombreros ridículos o que tradicionalmente hayan dejado muy poco espacio a las mujeres en sus disciplinas.
Mientras el filósofo cuestiona la realidad con el optimismo de quien cree que le encontrará un nuevo sentido, el humorista cuestiona la realidad con el pesimismo melancólico de quien sabe que nada tiene solución.
Y ahora viene la pregunta capciosa: ¿accionaríamos la palanca si eso supusiera que el tranvía nos arrollase a nosotros? A lo mejor somos utilitaristas cuando se trata de otras personas —hay que salvar cinco vidas—, pero deontológicos cuando se trata de sacrificarnos nosotros —no se puede matar en ningún caso—. Esto podría sugerir que no tenemos derecho ni a accionar la palanca ni a empujar a nadie. Como dice también Thomson, sería como robarle la cartera a otra persona para hacer un donativo a una ONG.
En todo caso, no tiene nada de malo trabajar por obligación. Nos han vendido la moto de que en el trabajo nos autorrealizamos y contribuimos a la sociedad, y no siempre es cierto. A veces sirve simplemente para pagar cosas que necesitamos: hemos adquirido una serie de compromisos y el trabajo es la única forma de cumplir con ellos.
si tenemos que trabajar ocho horas al día, consuela pensar que puedan ayudar a alguien al ofrecer un servicio o un producto con alguna finalidad significativa. Sin embargo, el único objetivo de muchos empleos parece ser la demostración de que todo el mundo puede trabajar cuarenta horas semanales en una sociedad capitalista.
el nacionalismo ya no es una herramienta para construir Estados (comunidades más amplias con responsabilidades complejas), sino una idea más o menos sentimental que solo sirve para mantener la existencia de un «otro» opuesto al «nosotros».
Casi cualquier cambio supone un engorro hasta que uno se acostumbra, y por eso casi todos generan resistencia.
el humor supone compartir una serie de códigos y no solo importa el contenido del chiste, sino también el público al que lo dirigimos.
Aunque yo tengo derecho a hacer ese chiste, el hecho de que sea un chiste no es «casa». Igual que cualquier otro comentario, puede ser objeto de crítica, acertada o equivocada. Decir que «es un chiste» no puede ser una excusa comodín.
Es mejor que nos ofendan de vez en cuando a que nos hagan callar a todos para siempre.
El teléfono es intrusivo e interrumpe lo que estés haciendo. La mayor parte de las veces, quien llama solo tiene en cuenta si él puede hablar y no si la persona a la que llama puede atenderle, sobre todo cuando llama solo para saludar o para charlar, que hay gente así y la policía no hace nada. Hoy en día hay medios mucho mejores para la mayor parte de interacciones, ya sea para enviar una propuesta de trabajo o para quedar a tomar una cerveza. Además y al contrario que un mensaje o un correo electrónico, una llamada exige una respuesta inmediata, lo que puede ser un problema si, por lo que
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el anonimato no solo tiene ventajas, sino que es irrenunciable. Por ejemplo, uno puede criticar a un partido político sin arriesgarse a que su jefe, militante de ese partido, le despida solo por pensar diferente.
no es discutible que una sociedad es injusta si hay gente que necesita vender una parte de su cuerpo para salir adelante.
No deberíamos conceder carta blanca a las empresas europeas y estadounidenses que se establecen en Asia y África con la excusa de que ofrecen algo que al menos es mejor que lo que hay. Es posible que no podamos exigirles unos máximos, es decir, unas condiciones de trabajo comparables a las de aquí. Pero sí podemos exigirles unos mínimos. Por ejemplo, tienen suficiente margen de maniobra para pagar un extra a las familias que lleven a sus hijos a la escuela, evitando así el trabajo infantil.
En Ética práctica, Singer ilustra este extremo con un ejemplo basado en el experimento mental del velo de la ignorancia, de John Rawls. Si nuestros antepasados hubieran vivido en el golfo Pérsico probablemente ahora seríamos ricos gracias al petróleo, pero si hubieran nacido en el Sáhara, ahora viviríamos en una situación de pobreza extrema sin tener nosotros culpa de nada.
uno de los motivos por los que hay que redistribuir la riqueza en la medida de lo posible es que no tenemos tanto derecho a lo que poseemos como a menudo nos parece. El esfuerzo y el trabajo merecen recompensa, por supuesto, pero si me hubiera esforzado el doble en Chad que en España, difícilmente habría alcanzado un resultado que valiera el doble.
—Lo que pasa es que son unos vagos y no quieren trabajar. Con eso se sacan una pasta. Si esto fuera verdad, ¿por qué no hay más gente dedicándose al oficio de pedir? ¿Por qué nadie deja su trabajo para pasearse por los vagones de metro vendiendo pañuelos?
Votamos a políticos corruptos, guardamos nuestro dinero en bancos que sufragaron sus pérdidas con nuestros impuestos, aceptamos que no nos paguen horas extra o que nos empleen como falsos autónomos, nos quedamos sin remordimientos con los dos refrescos que caen de la máquina expendedora habiendo pagado solo uno, pero si alguien viene pidiendo medio euro, lo queremos saber todo:
El liberalismo asegura defender al individuo, pero no es cierto: defiende a la corporación y deja al individuo indefenso y sin libertad de elección real.
Aquí cabe citar a la Bruja Avería: Garfios, pilas y desechos, soy el derecho; velo porque todo esté bien hecho, los pobres duerman en catre y los ricos en lecho, unos vivan en palacios y otros no tengan techo. Defiendo los derechos individuales, o lo que es lo mismo, a los grandes capitales. Protejo la iniciativa privada, es decir, que unos lo tengan todo y otros no tengan nada.
Y digo esto sintiendo una profunda antipatía hacia Wagner y una mediana simpatía hacia Calle 13, aunque no pueda escuchar más de un par de minutos de ninguno de ellos. En cuanto lo hago, me entran ganas de invadir Puerto Rico.
¡Es solo un chiste! ¿Por qué no os reís? —Pues eso: solo es un chiste, ¿por qué te molesta tanto que nos riamos o no?
Cuando habla un hombre, añade Gallego, asumimos que tiene algo importante que decir. Hasta el punto de que cuando un hombre repite lo que ha dicho una mujer se le da más credibilidad. Como dice una conocida viñeta publicada en la revista Punch en 1988: «Es una sugerencia excelente, señora Triggs. A lo mejor alguno de los hombres presentes quiere hacerla».
Esto es especialmente significativo si hablamos de feminismo: ¿seguro que nuestra opinión es imprescindible? ¿No merece la pena escuchar a alguien que lo ha vivido de primera mano? ¿No podríamos comportarnos como en una conferencia sobre física cuántica de un doctor en física cuántica en la que difícilmente levantaríamos la mano para corregir datos sobre física cuántica a no ser que fuéramos también doctores en física cuántica? ¿Podríamos al menos ser lo suficientemente educados como para no interrumpir? Y en caso de que estemos en desacuerdo, ¿no merece la pena plantearse la posibilidad de
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La sustitución de palabras malsonantes por otras cercanas, como ostras, es un proceso habitual, según escribe Steven Pinker en The Stuff of Thought. Otro ejemplo es cuando mi abuela decía miércoles en lugar de mierda, o cuando alguien se caga en las muelas de otra persona para no hacerlo en sus muertos, dejando a su estirpe en paz. Jobar, lo que hacen algunos por no decir joder.
Buscar insultos éticos es comparable a dar una paliza a alguien con un bate de aluminio y no con uno de madera porque nos preocupamos por los bosques.
Pero que algo sea legal, no significa que sea ético.