Un poco después, al pasar por el Dome, veo de repente una cara pálida y triste y unos ojos ardientes... y el trajecito de terciopelo que siempre he adorado, porque bajo el suave terciopelo siempre estaban sus cálidos senos, las piernas de mármol, frescas, firmes, musculosas. Se levanta de entre un mar de caras y me abraza, me abraza apasionada: mil ojos, narices, dedos, piernas, botellas, ventanas, monederos, platos nos miran airados y nosotros abrazados y olvidados del mundo. Me siento a su lado y ella habla: un diluvio de palabras. Notas frenéticas y febriles de histeria, perversión, lepra.
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