La palabra escrita ha sido tenazmente perseguida a lo largo de los siglos, y son más bien extraños los tiempos de paz en los cuales las librerías solo tienen visitantes tranquilos, que no enarbolan estandartes, ni agitan dedos fiscalizadores, ni rompen escaparates, ni encienden hogueras, ni se abandonan a la atávica pasión de prohibir.

