Los cambios provocaban ansiedad. Muchos griegos que durante siglos habían vivido en pequeñas ciudades administradas por sus propios ciudadanos de pronto se vieron incorporados a extensos reinos. Empezó a cundir el desarraigo, la sensación de estar desplazados, de vivir perdidos en un universo demasiado grande, gobernados por poderes lejanos e inaccesibles. Se desarrolló el individualismo; se agudizó la sensación de soledad. La civilización helenística —angustiada, frívola, teatral, convulsa, aturdida por las rápidas transformaciones— albergaba impulsos contradictorios.

