tuvieron un fogonazo de asombrosa humildad al asumir que la cultura griega era muy superior. Los miembros más lúcidos de las clases dirigentes comprendieron que toda gran civilización imperial necesita fabricar un relato unificador y victorioso sostenido por símbolos, monumentos, arquitecturas, mitos forjadores de identidades y formas sofisticadas de discurso. Y para conseguirlo rápido, según su costumbre, decidieron imitar a los mejores.

