En los escenarios de Atenas se escucharon palabras asombrosas. Desde allí hablaron mujeres desesperadas, parricidas, enfermos, locos, esclavos, suicidas y extranjeros. El público no podía apartar los ojos de aquellos personajes insólitos. Precisamente, «teatro» significaba en griego «lugar para mirar». Los griegos habían escuchado relatos durante generaciones, pero asomarse a una historia mirándola como espías tras la rendija de una puerta era una experiencia muy distinta, de una extraña intensidad. Allí empezó a triunfar el lenguaje audiovisual que aún nos hipnotiza.

