del cine terminó reciclada en peines y tacones. En la década de los veinte del siglo pasado, personas anónimas caminaron sobre obras de arte. Las hundieron en los charcos de las aceras. Se peinaron con ellas. Dejaron allí rastros de su caspa. Nunca sospecharon que esos utensilios eran, en realidad, pequeñas tumbas, monumentos cotidianos de la destrucción.

