Por eso, ante la catarata de predicciones apocalípticas sobre el futuro del libro, yo digo: un respeto. No subsisten tantos artefactos milenarios entre nosotros. Los que quedan han demostrado ser supervivientes difíciles de desalojar (la rueda, la silla, la cuchara, las tijeras, el vaso, el martillo, el libro...). Algo hay en su diseño básico y en su depurada sencillez que ya no admite mejoras radicales. Han superado muchas pruebas —sobre todo, la prueba de los siglos— sin que hayamos descubierto ningún artilugio mejor para cumplir su función, más allá de pequeños ajustes en sus materiales o
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