Vladimir Nabokov tenía razón al reprocharnos en Pálido fuego nuestra falta de asombro ante esta prodigiosa innovación: «Estamos absurdamente acostumbrados al milagro de unos pocos signos escritos capaces de contener una imaginería inmortal, evoluciones del pensamiento, nuevos mundos con personas vivientes que hablan, lloran, se ríen». Y lanza una pregunta inquietante: «¿Y si un día nos despertáramos, todos nosotros, y descubriéramos que somos absolutamente incapaces de leer?». Sería un regreso a un mundo no tan lejano, anterior al milagro de las voces dibujadas y las palabras silenciosas.

