El infinito en un junco
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Read between April 27, 2021 - February 7, 2022
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Pronto se planteó un problema: hacen falta demasiados dibujos para dar cuenta del mundo exterior e interior —desde las pulgas a las nubes, desde el dolor de muelas al miedo a morir—. El número de signos no dejaba de aumentar, sobrecargando la memoria. La solución fue una de las mayores genialidades humanas, original, sencilla y de incalculables consecuencias: dejar de dibujar las cosas y las ideas, que son infinitas, para empezar a dibujar los sonido...
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Combinando letras hemos conseguido la más perfecta partitura del lenguaje, y la más duradera. Pero las letras nunca han dejado atrás su pasado de dibujos esquemáticos. Nuestra «D» representaba en origen una puerta, la «M» el movimiento del agua, la «N» era una serpiente y la «O» un ojo. Todavía hoy, nuestros textos son paisajes donde pintamos —si...
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Los maestros de la escritura formaban una aristocracia a veces más poderosa que la de los cortesanos analfabetos o el propio soberano. La consecuencia de ese sistema de enseñanza fue que, durante muchos siglos, la escritura dio voz solo al poder establecido.
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La invención del alfabeto derribó muros y abrió puertas para que muchas personas, y no solo un cónclave de iniciados, pudieran acceder al pensamiento escrito. La revolución se gestó entre los pueblos semíticos. Partiendo del complicado sistema egipicio, llegaron a una fórmula de asombrosa simplicidad. Retuvieron únicamente los signos que representaban las consonantes simples, la arquitectura básica de las palabras.
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Hacia 1250 a. C., los fenicios —cananeos que habitaban en ciudades costeras como Biblos, Tiro, Sidón, Beirut y Ascalón— llegaron a un sistema de veintidós signos.
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Habría arrugado la nariz y enarcado las cejas ante nuestra anodina letra «E», derivada de un bello jeroglífico egipcio —un hombre levantando los brazos— que tenía un poético significado: «das alegría con tu presencia».
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La onda expansiva del invento no afectó solo a los mercaderes, alcanzó también a muchos que, fuera de los círculos del gobierno y los colegios sacerdotales, lejos de los centinelas de la ortodoxia, pudieron por primera vez acceder a las historias de la tradición por escrito, distanciarse de su embrujo oral y empezar a dudar de ellas. Así nacieron el espíritu crítico y la literatura escrita.
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Gracias al alfabeto, algunas causas perdidas se han ganado con el paso del tiempo. Incluso si la mayoría de los textos continuaron apuntalando el poder de reyes y señores, se abrieron intersticios para voces indómitas. Las tradiciones perdieron algo de su solidez inamovible. Ideas novedosas sacudieron las vetustas estructuras sociales.
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«El símbolo del poder blanco era la palabra escrita. Una vez, antes de irse a Inglaterra, Obi había oído hablar con profunda emoción sobre los misterios de la palabra escrita a un pariente analfabeto: Nuestras mujeres antes se hacían dibujos negros en el cuerpo con la savia del uli. Era bonito, pero duraba poco. Si duraba dos semanas de mercado ya era mucho. Pero algunas veces nuestros mayores hablaban de un uli que no se decoloraba, aunque ninguno lo había visto. Hoy lo vemos en la escritura del hombre blanco. Si vas a los tribunales nativos y miras los libros de los escribanos de hace veinte ...more
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Al mismo tiempo, descubrió que la escritura fenicia contenía acertijos: solo se anotaban las consonantes de cada sílaba, dejando al lector la tarea de adivinar las vocales. Los fenicios habían sacrificado la exactitud en aras de una mayor facilidad.
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Los expertos piensan que la invención del alfabeto griego no fue un proceso anónimo a cargo de una colectividad sin nombre ni rostro. Fue un acto individual, deliberado e inteligente que exigió una gran sofisticación auditiva para identificar las partículas básicas —consonantes y vocales— que componen las palabras.
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Y nosotros seguimos escribiendo, en esencia, de la misma manera que imaginó el creador de este instrumento prodigioso.
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La más antigua es el vaso de Dípilon, encontrado en un antiguo cementerio de Atenas. El ejemplo más remoto de escritura alfabética, aunque incompleto, es un verso sensual y evocador: «El bailarín que dance con mayor destreza…».
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La segunda inscripción más temprana —de alrededor del 720 a. C.— fue hallada también en una tumba de la isla de Isquia, en el extremo oriental del mundo griego. Dice: «Yo soy la deliciosa copa de Néstor. Quien beba de esta copa pronto será presa del deseo de Afrodita, coronada de belleza».
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El alfabeto sacó la escritura fuera de la atmósfera cerrada de los almacenes de palacio, y la hizo bailar, beber y sucumbir al deseo.
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En la infancia balbuceante de la escritura, las voces que narraban historias abandonaron la niebla del anonimato. Los autores deseaban ser recordados, vencer la muerte con la fuerza de sus relatos. Sabemos quiénes son. Nos dicen sus nombres para que los salvemos del olvido. A veces, incluso salen de los bastidores del relato para hablar en primera persona, un atrevimiento que nunca se permite el invisible narrador de la Ilíada y la Odisea.
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El alfabeto —según Eric A. Havelock— era en los comienzos un intruso sin posición social. La élite de la sociedad seguía recitando y actuando. El uso de la escritura se extendió a pasos lentos, paulatinos, suaves. Al principio y durante siglos, los relatos tomaban forma en la hoja en blanco de la mente y se hacían públicos al leerlos en voz alta. Todavía estaban concebidos, en cierto sentido, para la comunicación oral. Las versiones escritas de los libros eran solo un seguro contra el olvido. Los textos más antiguos servían como partituras musicales del lenguaje, que solo los especialistas ...more
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Sin embargo, la oralidad misma se transformó en contacto con el alfabeto. Una vez escritas, las palabras empezaron a quedar ancladas en su orden, como notas en un pentagrama. La melodía de las frases permanecía igual para siempre; el torrente espontáneo, la agilidad en la respuesta y la libertad del lenguaje hablado se desvanecieron.
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En la época de Sócrates, los textos escritos aún no eran una herramienta habitual y todavía despertaban recelos. Los consideraban un sucedáneo de la palabra oral —liviana, alada, sagrada—. Aunque la Atenas del siglo V a. C. ya contaba con un incipiente comercio de libros, no sería hasta un siglo después, en tiempos de Aristóteles, cuando se llegase a contemplar sin extrañeza el hábito de leer.
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Para Sócrates, los libros eran ayudas de la memoria y el conocimiento, pero pensaba que los verdaderos sabios harían bien en desconfiar de ellos.
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«El rey Thamus le preguntó entonces qué utilidad tenía escribir, y Theuth le replicó: —Este conocimiento, ¡oh rey!, hará más sabios a los egipcios; es el elixir de la memoria y de la sabiduría. Entonces Thamus le dijo: —¡Oh Theuth!, por ser el padre de la escritura le atribuyes ventajas que no tiene. Es olvido lo que producirán las letras en quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de los libros, llegarán al recuerdo desde fuera. Será, por tanto, la apariencia de la sabiduría, no su verdad, lo que la escritura dará a los hombres; y, cuando haya hecho de ellos entendidos ...more
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«La palabra escrita parece hablar contigo como si fuera inteligente, pero si le preguntas algo, porque deseas saber más, sigue repitiéndote lo mismo una y otra vez. Los libros no son capaces de defenderse».
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Sócrates temía que, por culpa de la escritura, los hombres abandonasen el esfuerzo de la propia reflexión. Sospechaba que, gracias al auxilio de las letras, se confiaría el saber a los textos y, sin el empeño de comprenderlos a fondo, bastaría con tenerlos al alcance de la mano. Y así ya no sería sabiduría propia, incorporada a nosotros e indeleble, parte del bagaje de cada uno, sino un apéndice ajeno.
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Un experimento realizado en 2011 por D. M. Wegner, pionero de la psicología social, midió la capacidad de recordar de unos voluntarios. Solo la mitad de ellos sabían que los datos a retener eran guardados en un ordenador. Quienes pensaron que la información quedaba grabada, relajaron el esfuerzo por aprenderla. Los científicos denominan «efecto Google» a este fenómeno de relajación memorística.
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Tendemos a recordar mejor dónde se alberga un dato que el propio dato. Es evidente que el conocimiento disponible es mayor que nunca, pero casi todo se almacena fuera de nuestra mente. Surgen preguntas inquietantes: bajo el aluvión de datos, ¿dónde queda el saber? ¿Nuestra perezosa memoria viene a ser una agenda de direcciones donde buscar información, sin rastro de la información misma? ¿Somos en el fondo más ignorantes que nuestros memoriosos antepasados de los viejos tiempos de la oralidad?
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La gran ironía de todo este asunto es que Platón explicó el menosprecio del maestro por los libros en un libro, conservando así sus críticas contra la esc...
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Se ha instalado entre nosotros la impresión de que sabemos todo aquello que podemos localizar gracias a Google. Cuando se reúne un grupo de gente, suele haber alguien que se lanza a comprobar los datos de la conversación con su teléfono inteligente. Se zambulle en la pantalla como un ave acuática y, tras una consulta rápida, emerge con el pez en el pico, aclarando todas las dudas sobre el nombre de aquel actor o cuáles son los días perfectos para pescar el pez plátano.
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Según Wegner, nadie recuerda todo. Almacenamos información en las mentes de otros —a quienes podemos acudir a preguntar—, en los libros y en la gigantesca cibermemoria.
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Ni el saber ni la literatura completa caben en una sola mente pero, gracias a los libros, cada uno de nosotros encuentra las puertas abiertas a todos los relatos y todos los conocimientos.
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Podemos pensar, como vaticinaba Sócrates, que nos hemos vuelto un puñado de engreídos ignorantes. O que, gracias a las letras, formamos parte del cerebro más grande y más inteligente que ha existido nunca. Borges, que pertenecía al grupo de los que piensan de la segunda manera, escribió: «De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio y el telescopio son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el ...more
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