Pronto se planteó un problema: hacen falta demasiados dibujos para dar cuenta del mundo exterior e interior —desde las pulgas a las nubes, desde el dolor de muelas al miedo a morir—. El número de signos no dejaba de aumentar, sobrecargando la memoria. La solución fue una de las mayores genialidades humanas, original, sencilla y de incalculables consecuencias: dejar de dibujar las cosas y las ideas, que son infinitas, para empezar a dibujar los sonidos de las palabras, que son un repertorio limitado. Así, a través de sucesivas simplificaciones, llegaron a las letras.

