Combinando letras hemos conseguido la más perfecta partitura del lenguaje, y la más duradera. Pero las letras nunca han dejado atrás su pasado de dibujos esquemáticos. Nuestra «D» representaba en origen una puerta, la «M» el movimiento del agua, la «N» era una serpiente y la «O» un ojo. Todavía hoy, nuestros textos son paisajes donde pintamos —sin saberlo— el oleaje del mar, donde acechan peligrosos animales y miradas que no pestañean.

