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Marianne querría contarle cosas. Pero ahora es demasiado tarde, y de todos modos nunca le ha hecho ningún bien contárselo a nadie.
Al llegar, vio a Marianne en el vestíbulo. Parecía una obra de arte religioso. Mirarla resultaba mucho más doloroso de lo que nadie le había advertido, y deseó hacer algo terrible, como prenderse fuego o estrellar su coche contra un árbol. Por acto reflejo, cuando estaba angustiado siempre imaginaba formas de infligirse daños extremos. Parecía aliviarlo por un momento, el acto de imaginar un dolor mucho más grave y totalizador que el que sentía en realidad, o puede que fuese simplemente la energía cognitiva que esto requería, la pausa momentánea en el curso de sus pensamientos, aunque después
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A lo mejor es que quiero que me traten mal, no lo sé. A veces creo que merezco que me ocurran cosas malas porque soy mala persona.
El día de Navidad, su madre le dio un sobre con quinientos euros. No había ninguna tarjeta; era uno de los sobrecitos de papel marrón que usaba para pagar a Lorraine.
Marianne nota cómo se le relajan los músculos de los hombros, como si su soledad fuese un narcótico.
Que lo conozcan como su novio lo asienta con firmeza en el mundo social, lo afirma como una persona aceptable, alguien con cierto estatus, alguien cuyos silencios en la conversación son pensativos y no una muestra de ineptitud social.
A veces pienso que debo de merecerlo. Si no, no entiendo por qué ocurre.
Pasó gran parte de su infancia y adolescencia urdiendo elaborados planes con los que sustraerse de conflictos familiares: guardar completo silencio, mantener cara y cuerpo inmóviles e inexpresivos, salir del cuarto sin decir palabra y marcharse a su habitación, cerrar la puerta con cuidado. Encerrarse en el baño. Dejar la casa durante un número indefinido de horas y quedarse sentada en el aparcamiento del instituto ella sola. Ninguna de estas estrategias había demostrado ser útil. De hecho, sus tácticas solo parecían incrementar las posibilidades de recibir un castigo por parte del instigador
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Ahora comprende que su intento de evitar unas navidades familiares, siempre un punto álgido en las hostilidades, quedará registrado en el libro de contabilidad doméstico como la enésima muestra de comportamiento ofensivo por su parte.
¿Es posible que le haga esas cosas horribles que le hace y que crea al mismo tiempo que está actuando por amor? ¿Es el mundo un lugar tan malvado que el amor es indistinguible de las más abyectas y abusivas formas de violencia?
Nadie extrae una enseñanza demasiado profunda del hecho de sufrir acoso; pero cuando acosas a otra persona aprendes algo sobre ti mismo que no olvidarás jamás.
No puede ayudar a Marianne, no importa lo que haga. Hay en ella algo aterrador, un vacío enorme en lo más profundo de su ser. Es como esperar a que llegue el ascensor y que no haya nada cuando se abren las puertas, solo el vacío terrible y oscuro del hueco de la cabina, prolongándose hasta el infinito. Le falta alguno de esos instintos primarios, autodefensa o autoconservación, que hace comprensibles al resto de los seres humanos.