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Sólo gracias a sus glándulas y su corazón, a su razón, sus instintos y su carácter, en resumen, a su energía moral y física, consigue una persona mantener la armonía, el equilibrio de una afortunada y maravillosa fórmula química cuyo efecto último es la belleza.
La soledad, esa terrible soledad en la que se habían consumido sus vidas, las vidas típicas de una clase social triunfante, acomodada y ceremoniosa.
Porque la soledad también es una especie de enfermedad, mejor dicho, un estado en el que nos acomodamos, una condición que transforma al hombre en un animal disecado en una vitrina.
cuando un ser humano obedece a la ley de su cuerpo y de su alma nunca es ridículo.
Los únicos que viven tranquilos son los que viven el momento. Igual que los ateos, los que no creen en Dios, son los únicos que no tienen miedo a la muerte...
Pero los burgueses sí que tenían miedo a morir, igual que a vivir. Por eso eran religiosos, parcos y virtuosos. Porque tenían miedo...
¡La cultura, mi respetada señora, es un reflejo condicionado!»

