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Ni nada es tan grave ni la vida se acaba. Solo… se abren nuevas posibilidades.
Y aun teniendo tantas cosas…, lo que más importaba era la tremenda sensación de que no tenía absolutamente nada.
era el vivo ejemplo de a lo que no debía aspirar un niño pobre: la libertad, la de verdad, cuesta demasiado dinero.
Es difícil hacerle entender a alguien que no lo haya sufrido la manera en la que se estremece el cuerpo cuando sientes que no eres suficiente, porque por mucho que consigas nunca serás… añádase la palabra adecuada a cada caso. En el mío eran «magnética», «suficiente» o «especial». Síndrome de la impostora.
—El amor no es esperar angustiado a que responda un mensaje ni medir cuánto vales por la atención que te preste un día, a sabiendas de que el viento soplará en otra dirección y ella cambiará de parecer el siguiente.
—¿Tú tienes miserias? —se burló Candela. —Ay, querida. Cuando uno no tiene problemas, se los busca. Y si no… los imagina.
forma en la que me enfrento al mundo. Nunca se me dieron bien las palabras, nunca supe expresar bien cómo me sentía o lo que deseaba; creo que en gran medida es porque ni siquiera yo lo tenía muy claro.
—La vida es mucho más que amor. O, mejor dicho, se puede querer mucho más que a un hombre.
Hacía días que estaba experimentando una sensación de fatiga que iba mucho más allá de lo físico. Era como si me cansase de todo: de la tele, de la comida, de las charlas que escuchaba por la calle, de la radio, de la música, de los libros, de las series, de los tejemanejes que se llevaban mis hermanas y hasta de mi hilo de pensamiento.
—Ya sabes. Tiempo para hacer lo que realmente te apetece en cada momento. Estoy seguro de que el verdadero lujo no tiene nada que ver con el dinero de una manera material. El lujo, lo que compra el dinero en realidad, es tiempo y libertad.
—Que es de los que te hacen reír, Margot. —¿Y? Eso es bueno, ¿no? —No. —Sonrió con pena—. Esos son los que no se olvidan nunca.
—¿Qué piso es? —El tercero. —Mira, tres, mi número de la suerte. —Quizá tu número de la suerte sea yo.
—¿Princesa? —Le lancé una mirada—. Ya lo cantaba Sabina, cariño. «Las niñas ya no quieren ser princesas». —«Y a los niños les da por perseguir… —… el mar dentro de un vaso de ginebra» —cantamos los dos juntos.
Me apetecía sentirme viva, loca, joven…, encontrar el sentido a todas esas cosas que, de pronto, no lo tenían. Quería la emoción recorriéndome la piel, calentándola bajo el sol, y quería que a mi lado estuviera David porque… ¡era mi catalizador!
—¿Y qué te parezco? «Un chico guapo y asustado. Un alma libre. Alguien con miedo a que le toquen más adentro que la piel. Un follador. Un tío al que seguro que le gusta que sea ella quien tome la voz cantante. Divertido. Delirante. Un poco loco. Un hombre en ciernes. Un incomprendido. Un soñador».

