More on this book
Community
Kindle Notes & Highlights
las cosas resultan siempre más complejas cuanto más de cerca las miras.
Ni nada es tan grave ni la vida se acaba. Solo… se abren nuevas posibilidades.
siempre como la «hija de», porque en nuestro mundo parece que las mujeres no tenemos visibilidad sin llevar ese prefijo, o el de «esposa de»,
nunca te esfuerces en eliminar el prejuicio de los ojos de alguien porque probablemente ve lo que quiere ver.
Y aun teniendo tantas cosas…, lo que más importaba era la tremenda sensación de que no tenía absolutamente nada.
amor no es esperar angustiado a que responda un mensaje ni medir cuánto vales por la atención que te preste un día, a sabiendas de que el viento soplará en otra dirección y ella cambiará de parecer el siguiente.
Y no. No me la encontré allí, pero sí choqué con la complicación más hermosa de toda mi vida.
me quedé sosteniendo el chupito convencida de que aquel chico me había reconocido entre la masa. No por ser la chica rica que se había dado a la fuga en su propia boda, sino como los otros dos ojos más tristes del garito.
Me di cuenta de cuál era el motivo por el que me estaba abriendo con un desconocido, por qué de pronto podía hablar de lo que me había pasado y me resultaba más fácil expresarme: me estaban prestando atención.
Nunca habría pedido un ramo con aquellos colores, pero… ¡había quedado tan bonito! Parecía algo vivo, excéntrico pero apasionado, como una pintura impresionista, como una puesta de sol, como… ¿David?
Cuando vi mi reflejo en un escaparate… sonreía. Cuando llegué a casa… olía a flores. Cuando me acosté… no me pregunté nada. Había empezado a dejar de importarme pisar el freno. Y digo yo… ¿cómo pudimos ser los únicos que no lo vimos venir?
Releí al menos cuatro veces su mensaje de contestación, todas ellas con ilusión y la sensación de estar cometiendo una locura.
Un abrazo es el primer acto de amor, pero no siempre respeta el orden. A veces uno solo es capaz de abrazar de verdad cuando ya está todo roto. Otras, sin embargo, como aquella vez, dos personas son capaces de reconfortar un cuerpo al que aún no han amado.
—Contigo estoy a gusto. Me siento…, igual me siento un poco en deuda contigo por hacerme sentir bien estas dos semanas. Sin ti hubieran sido duras. Y pensé que…, bueno, que me haces sentir libre y comprendida, y que no tengo demasiado miedo cuando estoy contigo y que nunca hago locuras, de modo que…
—Yo quiero estar a tu lado mientras te sientes libre, no tienes miedo y haces el loco. Quiero que cuando vuelvas a Madrid sepas lo que quieres y cómo lo quieres, y que no te conformes con menos o con más. Quiero que tus vacaciones no sean solitarias, quiero que no lo pases mal, pensando en si Filippo esto o Filippo lo otro. Yo quiero que bebas licor griego, te tires al mar desde algún sitio alto, bailes, te quedes afónica de reírte y cantar, que pasees por la playa de noche con una botella de vino en la mano, que tus vestidos nuevos amanezcan llenos de arena y…
¿De dónde habéis sacado a esta tía tan rara? Cariño, no sé si te odio, no sé si me encantas. Creo que te quiero un poco, pero solo un poco nada más. —Gira, gira, chica triste. Gira más rápido. Y aquella frase que pronunció David al despedirnos quedó para siempre encerrada en la canción y ya nunca pude escucharla sin girar, girar, girar rápido.
—No somos lo que tenemos. Somos lo que sentimos. —Y lo que hacemos.
Me acerqué y besé su frente, colocando mis manos en su cabeza. Fue un gesto lento. De algún modo sentí que era algo íntimo, muy íntimo.
Porque el amor no va de crear dependencias, sino de hacer crecer las alas.
—«A veces tu memoria guarda cosas que preferirías no volver a saber nunca, y, por mucho que intentes quitártelas de la cabeza..., siempre vuelven».
—¿Qué desearías no haber sabido nunca, Margot? «Hasta dónde llega mi cobardía»,
—Pues el conocimiento no nos hace libres. Nos hace más conscientes de nuestras propias limitaciones.
Quería acariciarle las sienes, besar su cuello, abrazarla, olerla, prometerle que nunca le haría daño, que conmigo sería libre. Quería demasiadas cosas como para poder pedir una sola.
No parecía que fuéramos a comportarnos como si nunca hubiera pasado nada y… me sentí aliviada.
Las cosas no pueden ser perfectas solo porque tú quieras que lo sean. Median muchos factores y nosotros solo somos dos humanos.
Ternura. Ganas de besarle. Ganas de gritar. Sensación de ser capaz de volar.
Aquel era un gesto que, más que una promesa de sexo, escondía cosas que daban mucho más miedo.
David era todas las cosas buenas de este mundo.
Recuerdo los besos. Los besos siempre eran como el primero. Como el último antes de dormir. Como el que le darías de despedida a alguien que no quieres que se marche nunca.
Cuando me sentó en sus rodillas y saboreé el alcohol sobre su lengua, me emborraché…, pero de ganas, de promesas, de aquella vida que jugábamos a que pareciera nuestra.
David, abrazado a sus piernas, reflejando en sus ojos el color anaranjado del horizonte, susurró su segunda declaración de amor sin mirarme: —Margot, no te acabes nunca.
Creo que negarlo ya no tiene sentido, porque lo que está a la vista no puede ser escondido: yo ya había partido mi alma para que, entre las dos mitades, ella creciera. Enamorarnos iba a ser, solamente, la consecuencia lógica.
Nos fundimos en un beso y recé. Recé por que Margot no se acabase nunca.
Las historias complicadas siempre lo son. No sé por qué alguien nos hizo creer que el amor lo arregla todo. No es así. Somos mucho más que pulpa de medias naranjas. La mayor parte de las veces el amor no arregla nada, de la misma manera que casarse no arregla un noviazgo que no funciona ni los hijos reconducen un matrimonio roto. El amor nos pone a prueba. No duele, en absoluto, pero casi siempre exige de nosotros mismos más madurez, menos egoísmo, más valentía. No diré que el amor sea complicado, todo lo contrario. El amor es sencillo, es fácil, es divertido…, pero la vida no siempre lo es. Y
...more
¿Has escuchado alguna vez cómo decías algo en lo que, un minuto antes, creías a pies juntillas y que de repente no significa para ti más que un montón de palabras amontonadas con cierta lógica?
Follábamos y en sus ojos no había nadie más. La risa, con él, sonaba a agua rodando sobre un lecho de piedras redondas y suaves. Yo le daba alas. Él se sentía capaz. Juntos éramos merecedores de lo que brillaba sobre la vida y que no siempre veíamos. La pátina de magia en la que nos empeñamos en no creer estaba allí, sobre nuestras pieles sudadas cuando de la garganta de David salía el último gemido, ronco, mezclado con la búsqueda desesperada de oxígeno. ¿Y si…? ¿Y si no estábamos locos? ¿Y si la vida nos había cruzado por una razón?
Lo nuevo, lo que exige de nosotros más esfuerzo, más pasión, menos control… siempre aterroriza de primeras.
Somos dueños de lo que callamos y esclavos de lo que decimos
Nunca se encuentra en lo nuevo la calidez del hogar, aunque el hogar esté en llamas y en riesgo de derrumbe. Por eso deberíamos aprender que el único hogar está allá donde nos lata el corazón.
No dejes que nadie te haga creer que lo que no eres es más importante que lo que sí.
«Al principio siempre se dicen las cosas de manera rotunda, pero luego el ser humano es especialista en no hacerse ni puto caso»,
Nos educan como si pudiéramos cuidar de todo el mundo sin cuidarnos a nosotros mismos, aunque eso sea una contradicción en sí misma. Sin un «yo» es imposible un «nosotros».
Rabia. Los dos nos mirábamos con rabia porque el amor es precioso, pero no siempre llega como queremos ni cuando toca. Y el amor, el de verdad, el que es libre, divertido, cálido, tranquilizador, sereno, que no huye, que es valiente y desinteresado…, ese mismo amor, cuando no encuentra el lugar, despierta la rabia que vive amordazada en el fondo de tu estómago.
Llega él o ella y entiendes cómo aprendiste amar, cuáles fueron tus aciertos, tus errores, hasta dónde llegó tu placer, tu codicia, tu amor propio. Y te descubres lloviendo por dentro, partiéndote en dos, arrojando de lo más profundo los sueños que no sabías ni que albergabas, solo para poder compartirlos. Y entra la luz. Y entiendes que lo único perfecto es aquello a lo que no le hace falta aspirar a serlo.
—Ese es tu problema, Margot. Siempre has querido contentar a todo el mundo y, ¿sabes?, es imposible. Al final, todos tienen sus movidas y tú…, tú ni siquiera sabes cuáles son las tuyas.
«Through the storm, we reach the shore».
—Margot… —me dijo con un hilo de voz, suplicante—. Eres, aunque no lo sepas ver cuando te miras en el espejo. Eres, no solo existes. Eres todo lo que está bien.
Era raro pero… cuando alguien dice que te quiere lo suficiente como para dejarte marchar es porque no puede darte lo que tú necesitas.
Asumimos que no siempre basta con sentir las mariposas y constaté, de puertas para adentro, lo que ya sospeché en Grecia: la magia no existe si nadie cree en ella.
—Puedes odiarme —le susurré—. Estás en tu derecho y te ayudará a superarlo. —No te mereces que te odie. —Quizá sí. Todos somos el malo en la vida de alguien.

