More on this book
Community
Kindle Notes & Highlights
Lo que quiero decir es que, de alguna manera, los cuentos de princesas siguen estando vigentes en un rincón, en ocasiones microscópico y otras veces enorme, de nuestras cabezas. Ya no hay príncipes a caballo ni pajaritos que nos ayuden a vestirnos para la cita donde ellos se enamorarán de nosotras para que por fin seamos felices (vaya tela… a veces cuesta creer que nos hicieran creer que la vaina iba así),
pero seguimos creyendo en cuentos. En leyendas. Y nos han convencido de que queremos ser princesas.
nunca te esfuerces en eliminar el prejuicio de los ojos de alguien porque probablemente ve lo que quiere ver.
«La gente que está triste necesita gente que aún lo está más para entenderse».
¿Qué éramos, la Dama y el Vagabundo?
—¡Eres una marrana! —Se carcajeó. —Y tú, ¿qué eres? —Tu alma gemela.
—No cambies de número, ojos tristes. Quizá en unos años necesite decirte que nunca te olvidé.
Desaparecimos. Nosotros.
—Has conocido a alguien —me dijo. —Sí. ¿Y tú? —A nadie que me haga sentir la necesidad de comprar un billete de avión e ir a buscarte a Londres. —¿Cómo sabes…? —¿Cómo sabías tú dónde encontrarme?
—Que alguien te quiera como yo no he sabido. Que el mundo sea tuyo. Que no te acuerdes de mí jamás. Pero quédate con las canciones, ¿vale?
«Vuelve, Margarita».
—¿Y si me apetece ir a cenar a un restaurante de doscientos euros el cubierto? —Te llevas a tu hermana Patricia, que ahora que va a divorciarse tendrá más ganas de salir.
—Si te da miedo, hazlo con miedo.
La vida no es un cuento, pero, en el caso de que lo sea, supongo que nunca será uno perfecto.
Pero aquí está el final de un cuento que, como la vida, no tiene un único final escrito. Todo depende de lo que uno decida salvar entre tanto ruido. ¿Qué salvas tú?

