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nunca te esfuerces en eliminar el prejuicio de los ojos de alguien porque probablemente ve lo que quiere ver.
David, yo, era el vivo ejemplo de a lo que no debía aspirar un niño pobre: la libertad, la de verdad, cuesta demasiado dinero.
Confiaba en ella ciegamente…, ¿hay prueba más honesta de respeto?
—No te acabes nunca.
—Pues el conocimiento no nos hace libres. Nos hace más conscientes de nuestras propias limitaciones.
si la tierra tuviera cuerpo, si la naturaleza tuviera cuerpo, sería como Margot.
nunca deberías basar tu valoración de ti mismo en la opinión de terceros.
follar se me da bien, pero haciendo el amor soy el mejor.
—Fantasma. —En eso tienes razón: yo por ti me muero y me paso el resto de la eternidad apareciéndome en tus sueños.
David, abrazado a sus piernas, reflejando en sus ojos el color anaranjado del horizonte, susurró su segunda declaración de amor sin mirarme:
—Margot, no te acabes nunca.
Creo que negarlo ya no tiene sentido, porque lo que está a la vista no puede ser escondido: yo ya había partido mi alma para que, entre las dos mitades, ella creciera.
nadie, me había hecho sentir como tú.
—Somos dueños de lo que callamos y esclavos de lo que decimos
no hay nada que le guste más al amor que las historias imposibles.
Abandonar no siempre es de cobardes; a veces es más bien de valientes que saben que el resultado de una guerra no compensa las pérdidas.
—Vámonos… —volvió a gemir—. Lejos. Que le den por culo a todo. Vámonos donde podamos hacer esto todos los días.
es necesario vaciarse de rotos antes de querer llenarse.
la magia no existe si nadie cree en ella.
—Que alguien te quiera como yo no he sabido. Que el mundo sea tuyo. Que no te acuerdes de mí jamás. Pero quédate con las
canciones, ¿vale? Y si puedes… perdóname porque el amor me venga grande.
—No cambies de número, ojos tristes. Quizá en unos años necesite decirte que nunca te olvidé.
«Será la vida quien decida si somos o no somos “nosotros”. Dile que vuele. Y que no cambie de número porque, aunque nunca nos atrevamos a llamar a esa puerta, necesitamos sentir que sigue abierta».
La vida era eso, que te revolcaran olas más altas que tú y aprendieras de forma instintiva a nadar para terminar cabalgándolas.
Todo depende de lo que uno decida salvar entre tanto ruido.

