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con el tiempo he descubierto que lo que dicen del pasado, que es posible enterrarlo, no es cierto.
De repente, la voz de Hassan me susurró al oído: «Por ti lo haría mil veces más.» Hassan, el volador de cometas de labio leporino.
—Cuando matas a un hombre, le robas la vida —dijo Baba—, robas el marido a una esposa y el padre a unos hijos. Cuando mientes, le robas al otro el derecho a la verdad. Cuando engañas, robas el derecho a la equidad. ¿Comprendes?
—Si existe un Dios, espero que
tenga cosas más importantes que
hacer que ocuparse de que yo beba whisky o coma cerdo. Y ahora vete. Tanto...
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Que Hassan fuera analfabeto como Alí y la mayoría de los hazaras era algo que estaba decidido desde el mismo momento de su nacimiento, tal vez incluso en el mismo instante en que había sido concebido en el ingrato seno de Sanaubar.
¿qué necesidad tenía de la palabra escrita un criado? Pero a pesar de su analfabetismo, o tal vez debido a él, Hassan se sentía arrastrado por el misterio de las palabras, seducido por aquel mundo secreto que le estaba prohibido.
—¿República significa que mi padre y yo tendremos que irnos?
«Duele decirlo —aseguró, encogiéndose de hombros—. Pero es mejor resultar herido por la verdad que consolarse con una mentira.»
no sonó en mi boca tan sincera como en la suya. Hassan era así. Era tan malditamente puro que a su lado te sentías siempre como un falso.
«Si no mantienes la mirada fija
en el cielo, no durarás mucho.»
Yo creía que aquella situación duraría. Y creo que Baba también lo creía. Ambos deberíamos haber sido menos ingenuos. Durante los meses posteriores al concurso de cometas, Baba y yo nos sumergimos en una dulce ilusión, nos veíamos el uno al otro como nunca nos habíamos visto y como nunca volveríamos a vernos. En realidad, nos habíamos engañado creyendo que un juguete
hecho de papel de seda, cola y bambú podía salvar el abismo que nos separaba.
Tal vez sea injusto, pero a veces lo que sucede en unos días, incluso en un único día, puede cambiar el curso de una vida, Amir.
¿Qué debes hacer, dices? Eso es precisamente lo que he intentado enseñarte
durante todos estos años: que nunca tengas que formular esa pregunta.
Lo ayudé a ponerse una camisa blanca limpia y le hice el nudo de la corbata, percatándome con ello de los cinco centímetros de espacio existentes entre el botón del cuello de la camisa y el cuello de Baba. Pensé en todos los espacios vacíos que Baba dejaría atrás cuando se fuera y me obligué a pensar en otra cosa.
Prácticamente se necesitaba un visado para moverse de un barrio a otro. De modo que la gente no se movía y se limitaba a rezar para que el siguiente misil no cayera en su casa.
—Existe sólo lo que hacemos y lo que no hacemos
Comprendí entonces por qué los niños no habían mostrado el más mínimo interés por el reloj. No miraban el reloj. Miraban mi comida.
había muy pocos niños que estuviesen sentados junto a un hombre. Las guerras habían convertido a los padres en un bien escaso en Afganistán.
Pensé en una frase que había leído en alguna parte, o que tal vez había oído mencionar a alguien: en Afganistán hay muchos niños, pero poca infancia.
—Mi padre decía que hacer daño a la gente está mal, aunque sea mala gente. Porque no saben hacerlo mejor y porque la mala gente a veces acaba siendo buena.
—Una vez, cuando era muy pequeño, trepé a un árbol y comí unas manzanas que aún estaban verdes. Se
me hinchó el estómago y se me puso duro como un tambor. Mi madre me dijo que si hubiese esperado a que madurasen, no me habrían sentado mal. Así que ahora, cuando quiero algo de verdad, intento recordar lo que ella me dijo sobre las manzanas.
Él era la otra mitad de Baba. La mitad sin derecho, sin privilegios. La mitad que había heredado lo que Baba tenía de puro y noble. La mitad que tal vez, en el lugar más recóndito de su corazón, Baba consideraba su verdadero hijo.
si simplemente el dolor recogería sus cosas, haría las maletas y se esfumaría sin decir nada en mitad de la noche.
—Tal vez los afganos abandonen Paghman, pero es imposible que Paghman abandone el corazón de los afganos —dije.

