Albergaba, como se daría cuenta Alexander von Humboldt muchos años después, un odio profundo hacia España. Había comenzado como una respuesta natural de mantuano y crecido en los pocos meses pasados en Venezuela como terrateniente casado, luchando por administrar sus propiedades. Se había acrecentado en Francia, donde pudo ver la exuberancia de una nación liberada de su rey Borbón.

