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«Una noche, los cojones. Una noche nunca será suficiente. Es mía».
—Necesito sostenerte en brazos un ratito. Por favor. Hoy me has quitado veinte años de vida, Kara. Voy a terminar viejo,
calvo y loco si sigues teniendo percances como éste. —La rodeó con los brazos, estrechando su cuerpo con fuerza contra el de él.
saltos de alegría porque había insinuado que tenían futuro juntos. —No puedo soportarlo. No puedo aguantar la idea de que te pase algo
—Estaba imaginando cómo sería follarte —le informó con voz áspera—. Soy un hombre. Créeme. Lo sé. Y lo detesto. No me gusta compartir. Kara tragó saliva. «¿Está insinuando que…?». —No sabía que era tuya. —«¿Lo soy?». —Ahora lo eres. —¿Desde cuándo? —Probablemente desde el primer momento en que te vi. Decididamente, desde el momento en que te toqué. Y absolutamente desde anoche.
—Gracias, Simon —susurró suavemente.
Por lo que acaba de pasar. —«Por confiar en mí. Por liberarte de algunos fantasmas. Por darme lo que necesitaba. Por darte lo que necesitabas».
Sólo obedeces mis órdenes en mis sueños.
Simon habla de ti todos los días durante una hora sin parar porque… ¿por qué?
—A ti te gusta él y a él le gustas tú. Mucho.
«Vive el momento. No pienses en el futuro».
—Por favor, no me pidas que no te toque, Simon. Necesito tocarte. Creo que me muero si no me dejas.
«Dios, esta mujer es especial. Tan dulce. Tan sexy. Tan… mía. Mía». Una oleada de posesividad lo arrolló y estrechó su abrazo en torno a ella.
una falsedad inventada, un hombre que sólo había imaginado.
De alguna manera, había hecho algo increíblemente estúpido. Se había permitido enamorarse de Simon Hudson. Profundamente, apasionadamente, completamente enamorada.
«Qué demonios… No quiero su puñetera gratitud. La quiero… a ella».
No es como si yo hubiera hecho algo mal, excepto enamorarme de Simon Hudson».
«Debería haberle dicho a Simon que le quiero».
—No. Como una puñetera obsesión que no podía controlar. Como si fueras mía y tuviera que protegerte. —Le lanzó su mirada que decía «quiero follarte hasta que grites»; oleadas de deseo emanaban de Simon. «¿Debería molestarme que Simon haya estado observándome y siguiéndome como una especie de acosador? Tal vez debería molestarme, pero no es así».
En lugar de eso, sentía una calma espeluznante. El corazón se le derritió en el pecho cuando vio su gesto torturado. Había permanecido en las sombras, cuidándola en silencio como un oscuro ángel de la guarda, sin esperar nada a cambio.
—¿Por qué yo? Debe de haber montones de mujeres a las que tu protección les vendría bien.
—No tengo ni idea. Eres la única mujer que me ha hecho sentir así en la vida.
«Está asustado. Está preocupado por mí».
Está bien. No voy a dejarte sola. —«Nunca te dejaré sola».
—Mía. Eres mía. Dilo.
No es culpa mía que hayas cometido el error de enamorarte y ahora te sientas miserable. Mierda, pensaba que serías feliz ahora que vuelve a vivir en tu casa. —Sam volvió a sentarse y entrelazó los dedos sobre el vientre con gesto sombrío. Simon levantó la cabeza de golpe. —¿Quién ha dicho que la quiero? Sam contestó con los ojos en blanco: —No ha hecho falta que dijeras ni una puñetera palabra. Creo que lo averigüé cuando me partiste la cara sólo porque la toqué. —Eso no quiere decir que la ame —gruñó Simon—. Y no fue porque la tocaras. Fue por tus intenciones. —¿Cuándo fue la última vez que
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Obviamente te ama, y tanto si quieres admitirlo como si no, tú también la amas.
La quieres. —¡Joder! —Simon golpeó la mesa con el puño tan fuerte que el duro roble se sacudió hasta la base—. Me vuelve loco. Me hace feliz. Creo que es tan guapa que sólo quiero sentarme y mirarla durante horas. Un minuto estoy perfectamente cuerdo y, al siguiente, pierdo la cabeza por completo. No podía importarle menos el hecho de que sea rico, y creo que esa mujer está ciega porque juraría que ni siquiera se da cuenta de que tengo cicatrices. La forma en que me mira a veces hace que me sienta como si midiera tres metros. Y me mira a mí. No al multimillonario, no al ejecutivo pudiente.
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Si estos sentimientos indómitos, lunáticos y posesivos que siento por ella cada puñetero minuto de cada día son amor… estoy jodido. Ni siquiera puedo imaginarme tener que vivir mi vida sin ella.
—Los negocios son los negocios. No siempre es fácil, pero el resultado es bastante predecible. Las relaciones son caóticas. No tienes datos ni estadísticas. Nada que justifique dar el salto excepto la emoción.
Sam intentaba llenar un vacío, intentaba olvidar.
«Dios… adoro a mi hombre primitivo, protector y posesivo que tiene un corazón de oro».
—¿Simon? —suspiró suavemente. —¿Sí? —Le dio un apretón suave en los dedos. —Te quiero —dijo con voz apenas audible—. Adoro todo lo que eres, cada parte de ti. Nada de lo que ocurrió en tu pasado lejano va a cambiar eso. Incluso te quiero cuando eres un mandón.
¿verdad? —En realidad no era una pregunta, pero le pareció que debería conocer sus intenciones. —No te lo he dicho para que te sientas obligado. Sólo quería que lo supieras. —En un tono más ligero, añadió—: Y sí eres mandón.
Obligado? Ella no es una obligación. Es toda mi puñetera vida».
«¡Me qui...
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Recordó que su madre dijo una vez que el amor verdadero no era para los débiles de corazón, pero que valía la pena arriesgarse por la recompensa.
—Llevo toda la vida esperándote
Deseo que te cases conmigo.
Cómo demonios podía no esperárselo? Es dueña de mi corazón, de mi cuerpo y de mi alma para siempre». —Te quiero. Te quiero. Te quiero. —«Seguro que se lo he dicho antes—. Sí. No puedo creer que nunca lo haya dicho, pero tenías que saberlo.
Eres mi vida, cariño. Por favor, sé mía. Mía para siempre.
¿Alguna vez te ha pasado algo, algo tan bueno que cueste creer que sea real? Maddie dudó antes de asentir con un leve movimiento de cabeza. —Sí. Una vez.