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Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera.
El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.
Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del Infierno. Con decirle que muchos de los que allí se mueren, al llegar al Infierno regresan por su cobija.
Era el único. Mi madre siempre fue enemiga de retratarse. Decía que los retratos eran cosa de brujería.
—No, yo preguntaba por el pueblo, que se ve tan solo, como si estuviera abandonado. Parece que no lo habitara nadie.
Me acordé de lo que me había dicho mi madre: “Allá me oirás mejor. Estaré más cerca de ti. Encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que la de mi muerte, si es que alguna vez la muerte ha tenido alguna voz.” Mi madre… la viva.
Pero ten la seguridad de que la alcanzaré. Sólo yo entiendo lo lejos que está el Cielo de nosotros; pero conozco cómo acortar las veredas.
»Se fue de la Media Luna para siempre. Yo le pregunté muchos meses después a Pedro Páramo por ella.
Entonces oyó el llanto. Eso lo despertó: un llanto suave, delgado, que quizá por delgado pudo traspasar la maraña del sueño, llegando hasta el lugar donde anidan los sobresaltos.
Había estrellas fugaces. Las luces en Comala se apagaron. Entonces el cielo se adueñó de la noche.
Sintió la envoltura de la noche cubriendo la tierra. La tierra, “este valle de lágrimas”.
—Este pueblo está lleno de ecos. Tal parece que estuvieran encerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas, sientes que te van pisando los pasos.
Me acerqué para ver el mitote aquel y vi esto: lo que estamos viendo ahora. Nada. Nadie. Las calles tan solas como ahora.
—Eso es malo. Cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace. ¿De modo que murió?
—Hay pueblos que saben a desdicha.
Se les conoce con sorber un poco de su aire viejo y entumido, pobre y flaco como todo lo viejo. Éste es uno de esos pueblos, Susana.
Y es que éste es un pueblo desdichado; untado todo de desdicha.
—Ves visiones, Susana. Eso es lo que pasa. Cuando venga Pedro Páramo le diré que ya no te aguanto. Le diré que me voy. No faltará gente buena que me dé trabajo.