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Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera.
Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros.
Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió.
Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del Infierno.
Pedro Páramo murió hace muchos años.
yo escuchaba solamente el silencio, era porque aún no estaba acostumbrado al silencio;
“Allá me oirás mejor. Estaré más cerca de ti. Encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que la de mi muerte,
Todo consiste en morir, Dios mediante, cuando uno quiera y no cuando Él lo disponga.
«A centenares de metros, encima de todas las nubes, más, mucho más allá de todo, estás escondida tú, Susana. Escondida en la inmensidad de Dios, detrás de su Divina Providencia, donde yo no puedo alcanzarte ni verte y adonde no llegan mis palabras.»
“Miraba caer las gotas iluminadas por los relámpagos, y cada que respiraba suspiraba, y cada vez que pensaba, pensaba en ti, Susana.”
Quería más a su hermana que a mí.
«Hay aire y sol, hay nubes. Allá arriba un cielo azul y detrás de él tal vez haya canciones; tal vez mejores voces… Hay esperanza, en suma. Hay esperanza para nosotros, contra nuestro pesar.
las oraciones no llenan el estómago.
¿Qué sabía él del Cielo y del Infierno?
Cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace.
Allá te acostumbrarás a los “derrepentes”,
no volverá. Se lo noté en los ojos.
“Ruega a Dios por nosotros.”
Me trajo la ilusión. —¿La ilusión? Eso cuesta caro.
durante mucho tiempo conservé en mis dedos la impresión de sus ojos dormidos y el palpitar de su corazón.
Sentí cuando cayó en mis manos el hilito de sangre con que estaba amarrada a mi corazón.
no eres tú quien mantiene su fe; lo hacen por superstición y por miedo.
mis manos no son lo suficientemente limpias para darte la absolución.
Vivimos en una tierra en que todo se da, gracias a la Providencia; pero todo se da con acidez.
Estamos condenados a eso.
En febrero, cuando las mañanas estaban llenas de viento, de gorriones y de luz azul. Me acuerdo. Mi madre murió entonces.
La muerte no se re-parte como si fuera un bien. Nadie anda en busca de tristezas.
Lo que pasa con estos muertos viejos es que en cuanto les llega la humedad comienzan a removerse. Y despiertan.
«Esperé treinta años a que regresaras, Susana. Esperé a tenerlo todo. No solamente algo, sino todo lo que se pudiera conseguir de modo que no nos quedara ningún deseo, sólo el tuyo, el deseo de ti.
»Sentí que se abría el Cielo. Tuve ánimos de correr hacia ti. De rodearte de alegría. De llorar. Y lloré, Susana, cuando supe que al fin regresarías.»
Hay pueblos que saben a desdicha. Se les conoce con sorber un poco de su aire viejo y entumido,
“No me interesa su mina, Bartolomé San Juan. Lo único que quiero de usted es a su hija. Ése ha sido su mejor trabajo.”
no tengo ganas de volverla a perder.
“Se te está muriendo de pena el corazón
Yo tengo guardado mi dolor en un lugar seguro. No dejes que se te apague el corazón.”
Nada puede durar tanto, no existe ningún recuerdo por intenso que sea que no se apague.
Me gustas más en las noches, cuando estamos los dos en la misma almohada, bajo las sábanas, en la oscuridad.
Entonces ¿qué esperas para morirte? —La muerte, Susana.
dicen que los muertos ya no se quejan.
Dicen que los pensamientos de los sueños van derechito al Cielo.
De pronto su corazón se detenía y parecía como si también se detuviera el tiempo. Y el aire de la vida.
'El que camina un minuto sin amor, camina amortajado hacia su propio funeral'. Y esto me hizo recordar que yo siempre anduve paseando mi amor por todas partes, hasta que te encontré a ti y te lo di enteramente".