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Me vas a decir cómo te llamas? Que sois los dos muy gallegos. Aquello me molestó un poco. Lo oía mucho, lo de gallegos. Querer aclarar las cosas siempre es de gallegos: deben de ser todos muy listos por ahí fuera.
Nos quedamos todos en silencio un buen rato, esos silencios de los niños que son peores que los de los mayores, porque ni siquiera pueden hablar del tiempo.
Me metió la lengua en la boca. No sé cómo lo hizo ni en qué momento. La metió y la empezó a mover, una lengua pequeña y caliente. Sabía a patatas campesinas. Yo sentí gusto y asco por sentir gusto,
los montunos, que era como nos llamaban los pijos a la gente del monte, lo fuéramos o no, porque yo en realidad era de costa pero al ser de pueblo estabas condenado completamente. No se podía ser de pueblo o de aldea. En Galicia, que no hay otra cosa.
Yo creo que lo que nos pierde es la crueldad, porque malo es imposible no serlo.
Yo sabía que no estaba bien porque de momento tenía ojos, y lo veía muy delgado y con el pelo más alborotado que nunca, lacio y triste, y daban ganas de darle un cocido.
Cantábamos a coro: «Míster Tamburino, yo no quiero bromear / pongámonos la camiseta / los tiempos cambiarán». Me la sabía entera, y muchas veces la tenía en la cabeza a lo largo del día de forma obsesiva y decía «escuálida figura» o «sintomático misterio».
me dijo que no estudiase si no quería estudiar, pero que leyese; que no pegase si no quería pegar, pero que me defendiese como sea; y que me enamorase, que me enamorase siempre que pudiese.
Yo trabajo en El Corte Inglés, ¿tú sabes lo importante que es El Corte Inglés y lo grande que es Vigo?
Elvis tenía en la puerta lo que separaba el mundo de los niños del de los adultos: el pestillo.
Pajita me pareció menos brusco, como decir «pollita».
Esa calle nuestra, Salvador Moreno, luego se acabaría llamando Rosalía de Castro porque de Salvador Moreno se recordó que había sido un fascista o algo así. Lo supimos mucho más tarde,