La terapia era extremadamente cara, ochocientos dólares por sesión de dos horas, de los cuales el seguro reconocía trescientos cincuenta, pero sin duda valía la pena. Claro que con los años su efecto empezó a disminuir, hasta que ya no fue cuestión de buscar alivio con los masajes sino de hacer que el dolor pasara de intolerable a menos intolerable. Y el alivio cada vez duraba menos.

