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encontraba yo tesoros por todas partes, como alguien a quien las piedras de los caminos de pronto se le volvieran joyas. ¡Qué iba yo a presentir lo que venía! El infortunio es siempre como el viento: natural, imprevisible, fácil…
La verdad no existe, además, y el mundo es sólo música.
Durante los tres primeros años después del accidente, mi hijo mayor se la pasó deseando volver a caminar y tratando de hacerlo. Entonces perdió la esperanza y a partir de allí, y a medida que el dolor se hacía permanente y cada vez más insoportable, se la pasó deseando que le llegara la muerte.
Cuando una persona empieza a sentir un dolor de tanta magnitud, lo que importa ante
todo es detenerlo, paliarlo de alguna manera, y ya intentarlo, así sea para no lograrlo o lograrlo a medias, es muy costoso.
Cruel es el lugar común de que la esperanza es lo último que se pierde.
Tan largo sufrimiento, el de él, el mío, el de todos, terminó por barrer las peores acumulaciones de telarañas brumosas de mi alma, las más densas, las más
imaginarias, y me dejó casi limpio de tristezas arbitrarias.
siempre y sin excepciones, para mí es mejor saber que ignorar.
Es el estruendo mismo de la luz. Difícil vivir algo más hermoso. Es la destrucción del yo, la disolución del individuo. El aire huele a agua y a polvo y uno no es nadie.
La terapia era extremadamente cara, ochocientos dólares por sesión de dos horas, de los cuales el seguro reconocía trescientos cincuenta, pero sin duda valía la pena. Claro que con los años su efecto empezó a disminuir, hasta que ya no fue cuestión de buscar alivio con los masajes sino de hacer que el dolor pasara de intolerable a menos intolerable. Y el alivio cada vez duraba menos.
Cuando pienso en eso y siento la ausencia de Sara y el frío de esta, la inevitable soledad de la vejez humana, debo recostarme un rato, apagar el alma unos minutos como soplando una vela y dormir.
alejándose cada vez más de las cosas del mundo e incursionando en la muerte, que no existe, y en el mundo infinito en el que en realidad estamos.
No supe qué decir, no supe qué pensar, no supe qué sentir. Ninguno quería la muerte, ni él, ni ella, ni yo, ni nadie, y la vida se aferra a este mundo con algo parecido al desvarío.
Cómo quisiera yo tener mis dioses tutelares, pensé, para sacrificarles algún conejo, dedicarles sahumerios de humo espeso, ponerles frutas, ofrecerles flores. Pero no había Virgen para mí, ni dioses tutelares. Para mí sólo había esas nubes, esas palomas que acababan de pasar, esos árboles, esa abigarrada vacuidad, este lugar del que no se pueden señalar los bordes, ese rosal florecido, esa abundancia inenarrable mecida por el tiempo y armoniosa sin interrupción, tanto cuando era feliz como cuando era horrenda.
El tiempo pasaba como una rueda que nos apretaba cada vez más los huesos.
«Que tu armazón, como en el caracol, sea tan fuerte que pueda permitir la ternura»,
la luz que contiene a las tinieblas, a la muerte, y también es contenida por ellas.
La aflicción no es inmóvil; es fluida, inestable, y sus llamas, más azules que anaranjadas y rojas, y a veces de un verde pálido espantoso, lo torturan a uno por un costado en el interior del cuerpo, a veces por el otro costado, a veces por todo el interior y con mucha fuerza, hasta que te ves gritando en silencio como en la pintura de Munch en la que una persona da un alarido sobre un puente.
Eso fue después de que se murió Sara, por supuesto, y el mundo se me puso frío.
Bachiana Brasileira No. 5
Entonces un grillo empezó a cantar bellísimo, como si fuera la presencia de la Presencia, en algún lugar de la sala. Son unos grillos oscuros, nocturnos, feos, con algo de cucaracha y voz muy poderosa que no a todos gusta. Y mi gran soledad se llenó de pronto con el universo entero.
Era una lucha contra la aniquilación, en la que para vencer el caos había que plasmarlo como agarrando a un diablo por la cola y estrellándolo contra una tapia.
sin dejar de extrañar la punzada, como la del amor, que se produce cuando uno siente que toca el infinito, capta la luz esquiva, la luz difícil, con un poco de aceite mezclado con polvillo de piedras o metales.
la alegría aflora siempre, o casi siempre, como trozo de madera en el agua, no importa lo profundo del horror de lo vivido.
Este es el fondo. A cada una de las piedras la golpea el agua, y cada una, piedra y agua, fluyen juntas y forman esa forma que no tiene nombre, pues es justo ahí donde se acaban las palabras.

