El amor en los tiempos del cólera
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Read between May 11 - August 2, 2025
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vez tenía más de condolencia que de veneración, pues nadie ignoraba
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había tenido
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—Es la tercera vez que pierdo la misa del domingo desde que tengo uso de razón —dijo—. Pero Dios entiende.
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En toda la casa se notaba el juicio y el recelo de una mujer con los pies bien plantados sobre la tierra.
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los gatos eran oportunistas y traidores,
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—En esta casa no entrará nada que no hable —dijo.
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«El que no tiene memoria se hace una de papel».
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el esplendor efímero de otra tarde de menos que se iba para siempre.
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Sin embargo, su conducta pública era tan autónoma que nadie lo tenía como suyo: los liberales lo consideraban un godo de las cavernas, los conservadores decían que sólo le faltaba ser masón, y los masones lo repudiaban como un clérigo emboscado al servicio de la Santa Sede.
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esa mirada casual fue el origen de un cataclismo de amor que medio siglo después aún no había terminado.
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las mujeres sólo se entregan a los hombres de ánimo resuelto, porque les infunden la seguridad que tanto ansían para enfrentarse a la vida.
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—Nos volveremos viejos esperando
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la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y que gracias a ese artificio logramos sobrellevar el pasado.
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—Economice esa pólvora para cuando vengan los liberales
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Recuerde que todo lo que es bueno, venga de donde viniere, proviene del Espíritu Santo.
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Acostumbrada a una familia numerosa y dispersa, en casas donde nadie sabía a ciencia cierta cuántos vivían ni quiénes iban a comer cada vez,
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El acto fue un conjuro de alivio para Florentino Ariza, pues cuando guardó el violín en el estuche y se alejó por las calles muertas sin mirar hacia atrás, no sentía ya que se iba la mañana siguiente, sino que se había ido desde hacía muchos años con la disposición irrevocable de no volver jamás.
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Siempre era así: cualquier acontecimiento, bueno o malo, tenía alguna relación con ella.
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porque no le era posible imaginarse el mundo sin ella.
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Andaba al garete, sin saber por dónde continuar la vida,
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y por último habían solicitado por escrito una audiencia privada, en nombre de los ángeles de la Constitución de Rionegro.
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«Los idiomas hay que saberlos cuando uno va a vender algo —decía con risas de burla—. Pero cuando uno va a comprar, todo el mundo le entiende como sea.»
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Sin embargo, cuando regresó a casa abrumada por tantas experiencias juntas, cansada de viajar y medio adormecida por el embarazo, lo primero que le preguntaron en el puerto fue cómo le habían parecido las maravillas de Europa, y ella resolvió muchos meses de dicha con cuatro palabras de su jerga caribe: —Más es la bulla.
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—Rico no —dijo—: soy un pobre con plata, que no es lo mismo.
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un hombre sabe cuándo empieza a envejecer porque empieza a parecerse a su padre.
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con esa sonrisa celestial que tienen los chinos cuando llegan temprano a su casa.
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—Pues debe ser una modalidad muy especial del cólera —dijo—, porque cada muerto tiene su tiro de gracia en la nuca.
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como los fósforos suecos, que sólo encienden en su propia caja.
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—Más vale llegar a tiempo que ser invitado.
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El gato no lo reconoció. Asustado por la saña del olvido, dijo: «Ya no se acuerda de mí». Pero ella le replicó de espaldas, mientras servía los brandis, que si eso le preocupaba podía dormir tranquilo, porque los gatos no se acuerdan de nadie.
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—¡Pelón
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divino!
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preguntándose angustiada quién estaba más muerto: el que había muerto o la que se había quedado.
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muy pronto se dio cuenta de que el deseo de olvidarlo era el más fuerte estímulo para recordarlo.
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Así, pensaba en él sin quererlo, y cuanto más pensaba en él más rabia le daba, y cuanto más rabia le daba más pensaba en él,
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Florentino Ariza olvidaba siempre cuando menos debía que las mujeres piensan más en el sentido oculto de las preguntas que en las preguntas mismas,
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Así que conocían medio mundo pero no conocían su país.
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De vez en cuando oía las noticias para saber lo que pasaba en el mundo, y en las pocas ocasiones en que se quedaba sola en la casa escuchaba con el volumen muy bajo, remotos y nítidos, los merengues de Santo Domingo y las plenas de Puerto Rico.
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A pesar de sus tantos viajes se sentía como si éste fuera el primero, y a medida que rodaba el día le aumentaba la zozobra.
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«El amor se hace más grande y noble en la calamidad».