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March 19 - March 28, 2022
Uno de los estudios sobre salud pública de mayor duración se remonta a la década de 1970, cuando en una serie de pueblos de Bangladesh dieron anticonceptivos a la mitad de las familias y a la otra mitad no. Veinte años después, las madres que habían tomado anticonceptivos gozaban de mejor salud. Los niños estaban mejor nutridos. Las familias contaban con una mayor riqueza. Las mujeres tenían salarios más altos. Los hijos y las hijas tenían más estudios.
asistieron al congreso y desempeñaron un papel esencial en la recaudación de los 2.000 millones de dólares comprometidos por los países en vías de desarrollo. Eso incluía Senegal, que dobló su compromiso, y Kenia, que aumentó en una tercera parte su propuesta nacional para la planificación familiar. Juntos nos comprometimos a dar acceso a los anticonceptivos a 120 millones más de mujeres a finales de la década en un movimiento que llamamos FP 2020. Era sin duda la mayor suma de dinero jamás comprometida para apoyar el acceso a los anticonceptivos.
En la India me reuní con campesinas en un grupo de autoayuda que había comprado nuevas semillas, gracias a las cuales plantaban más cosechas y conseguían mejores producciones en sus granjas, y me lo contaron de la manera más personal. «Melinda, yo vivía en una habitación separada de la casa. Ni siquiera me permitían estar en la casa con mi suegra. Ocupaba una habitación en la parte trasera, y no tenía jabón, así que me lavaba con cenizas. Ahora tengo dinero y puedo comprar jabón. Mi sari está limpio, y mi suegra me respeta más. De modo que me deja entrar en la casa. Ahora tengo más dinero, y
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«¿Qué sabes ahora de un modo más profundo que antes?». Me encanta esa pregunta porque refleja la manera en que aprendemos y crecemos. La sabiduría no consiste en acumular más datos, sino en comprender grandes verdades de un modo más profundo.
«Mama Rosa sabía cuál era la realidad de la gente. Yo jamás habría sabido que debía hacer eso. A menudo, en la vida, los hombres mayores se llevan el mérito del trabajo que hacen los jóvenes y las mujeres. No está bien, pero así es como funciona.» Ese fue el testimonio más profundo de Hans de la pobreza extrema. No era el hecho de vivir con un dólar al día. Era tardar días en llegar al hospital cuando te estás muriendo. Era respetar a un médico no por salvar una vida sino por devolver un cadáver a la aldea.
En la fundación siempre habíamos hecho hincapié en la investigación científica para desarrollar avances que salvaran vidas, como las vacunas. Lo llamamos «desarrollo de producto», y aún es nuestra mayor aportación. No obstante, el programa de Vishwajeet y Aarti para madres y recién nacidos me enseñó lo que se puede conseguir al compartir prácticas sencillas que todo el mundo conoce. Me enseñó de una manera profunda que tienes que entender las necesidades humanas para ofrecer servicios y soluciones a la gente de una forma eficaz.
«Su taza no está vacía; no puedes verter tus ideas en ella sin más. Su taza ya está llena, así que tienes que entender qué hay en su taza». Si no comprendes el significado y las creencias que hay detrás de las prácticas de una comunidad, no presentarás tu idea en el contexto de sus valores e inquietudes, y la gente no te escuchará.
Al llegar al pueblo, no fue bienvenida. La gente se mostraba hostil y desconfiada ante los forasteros, sobre todo ante mujeres jóvenes con ideas para mejorar las cosas. De algún modo, esa joven mujer poseía la sabiduría de una anciana de pueblo. Fue de puerta en puerta a presentarse a los lugareños. Asistió a todos los acontecimientos de la comunidad. Compraba el periódico local y lo leía en voz alta a las personas que no supieran leer. Cuando la electricidad llegó al pueblo, ahorró dinero y compró un minúsculo televisor e invitó a todo el mundo a ver la televisión con ella.
En la mayoría de los casos, las mujeres entrevistadas tienen ganas de contestar. El hecho de que te pregunten tiene algo empoderador. Transmite el mensaje de que tu vida importa.
De todas las herramientas de división que se usan para empujar a las personas a los márgenes, la desigualdad en la educación es la más perjudicial y duradera. A menos que se realice un esfuerzo explícito por incluir a todo el mundo, las escuelas nunca serán un remedio para la exclusión, sino una causa.
No tengo ni idea de cómo encuentra las personas el valor para rebelarse contra la tradición, pero cuando lo hacen siempre acaban teniendo seguidores con las mismas convicciones si bien no exactamente el mismo coraje. Así nacen los líderes.
Debo ser sincera con mis defectos o puedo caer en la arrogancia de pensar que he venido al mundo para solucionar los problemas de los demás.
El uso reducido de anticonceptivos por parte de las niñas es letal: entre las mujeres de quince a diecinueve años de todo el mundo, la principal causa de muerte es el parto.
Me encantó el ritmo, la energía de aquel lugar. A todo el mundo le apasionaba lo que estaban haciendo, y cuando hablaban de sus proyectos me daba la sensación de estar viendo el futuro.
Un amigo me contó que su jefe entró y le dijo: «Quiero que soluciones la educación superior», y él preguntó: «¿A qué se refiere con que solucione la educación superior?», y el jefe le dijo: «¿A qué te refieres con a qué me refiero?». No era un sitio para gente que necesitara mucha orientación. Ascendíamos el pico sin mapa, estábamos creando la montaña sin instrucciones.
Ser tú misma suena a receta simplona para cómo salir airoso en una cultura agresiva, pero no es tan fácil como suena. Significa no comportarse de una manera falsa solo para encajar. Es expresar tus habilidades, valores y opiniones con tu estilo, defender tus derechos y nunca sacrificar el respeto hacia ti misma. Eso es poder.
Para mí, una cultura del abuso es cualquiera que necesite señalar y excluir a un grupo. Siempre es una cultura menos productiva porque la energía de la organización se canaliza para denigrar a las personas en vez de para ayudarlas a despegar.
Ningún grupo debería tener que confiar en otro para proteger sus intereses, todos deberían poder hablar en nombre propio.
Eso fue lo que dije en ese momento. Cuando reflexioné más tarde, me di cuenta de que tal vez mi mejor versión no sea la pulida. Quizá mi mejor versión es cuando soy lo bastante abierta para hablar más de mis dudas o ansiedades, admitir mis errores, confesar cuando me siento abatida. Así la gente se puede sentir más cómoda con su propio desastre, y se crea una cultura más fácil donde vivir.
Quiero crear un lugar de trabajo donde todo el mundo pueda sacar su yo más humano, más auténtico, donde esperemos y respetemos nuestras peculiaridades y nuestros defectos, y toda la energía malgastada en perseguir la «perfección» se ahorre y se canalice en la creatividad que necesitamos para el trabajo.
«No necesitamos vuestra ayuda con preservativos —dijeron, casi entre risas—. Os podemos dar clases sobre preservativos. Necesitamos ayuda para prevenir la violencia.»
Las trabajadoras sexuales no podían abordar la amenaza a largo plazo de morir de sida sin enfrentarse a la amenaza a corto plazo de sufrir palizas, robos y violaciones. Por tanto, en vez de decir: «Excede nuestro mandato», dijimos: «Queremos ayudaros a protegeros de la violencia. ¿Cómo podemos hacerlo?».
¿Cómo consiguió el movimiento de mujeres sellar la paz mientras las facciones enfrentadas de los hombres no lo lograban? La historia de Leymah lo dice todo. Cuando las mujeres estaban heridas, eran capaces de asimilar su dolor sin contagiarlo. En cambio, cuando los hombres eran heridos necesitaban hacérselo pagar a alguien. Eso alimentaba el ciclo de la guerra.
En mi propia comunidad, con muchos hombres y mujeres con discapacidades graves, la mayor fuente de sufrimiento no es la discapacidad en sí, sino los sentimientos asociados de ser inútiles, sin valor, poco apreciados y nada queridos. Es mucho más fácil aceptar la incapacidad de hablar, caminar o comer solo que aceptar la incapacidad de tener un valor especial para otra persona. Los seres humanos somos capaces de soportar inmensas carencias con una gran entereza, pero cuando sentimos que ya no tenemos nada que ofrecer a nadie, enseguida perdemos el control de la vida.
Debemos incluir a todo el mundo, incluso a los que quieren excluirnos. Es la única manera de crear el mundo en el que deseamos vivir. Otros han usado el poder para expulsar a gente. Nosotras debemos usar el nuestro para incluir a la gente. No podemos limitarnos a añadir una facción en lucha. Debemos acabar con las facciones. Es la única manera de ser un todo.
El máximo objetivo de la humanidad no es la igualdad, sino la relación. Las personas pueden ser iguales pero seguir aisladas, no sentir los vínculos que las une. La igualdad sin relación pierde todo el sentido.
Si en algún momento me veo distinta o superior, si intento despegar empujando a otras personas hacia abajo, si creo que la gente está enfrascada en un viaje que yo ya he terminado, haciendo un trabajo personal que yo domino, intentando realizar tareas que yo ya he logrado, si tengo alguna sensación de estar por encima de ellos en vez de intentar alzar el vuelo con ellos, es que me he aislado. Y me he apartado del momento de despegue.