Rearden comprendió la naturaleza de la emoción que había olvidado. Era la emoción que había sentido cuando, a la edad de catorce años, había mirado al primer cheque que había ganado; cuando, a la edad de veinticuatro años, había sido nombrado superintendente de las minas de mineral de hierro; cuando, como propietario de las minas, había hecho, en su propio nombre, su primer pedido de equipos nuevos de la mejor empresa de esa época, la Twentieth Century Motors;