Pero ¿por qué? —Escuche —dijo Rearden lentamente—, podría haber algún tipo de justificación para las sociedades salvajes en las que un hombre podía esperar ser asesinado por sus enemigos en cualquier momento y tenía que defenderse lo mejor que pudiese. Pero no puede haber justificación para una sociedad en la que se espera que un hombre fabrique las armas para su propio asesinato.