Las malas

by Camila Sosa Villada

«Agachá la cabeza cuando quieras desaparecer, pero mantené la frente alta el resto del año, nena».

«Qué hermosa estás, mi amor», eran las primeras palabras que escuchaba nuestra madre adoptiva cada vez que despertaba ahí. Y con eso era suficiente para contrarrestar el horror del mundo.

A las travestis no nos nombra nadie, salvo nosotras. El resto de la gente ignora nuestros nombres, usa el mismo para todas: putos.

Me preguntaron cómo era ser travesti en un pueblo y yo contesté que era fatal, que era igual a morirse, pero que no había nada más alucinante en el mundo. Ser única, eso era alucinante.

«Yo me hice travesti porque ser travesti es una fiesta». Para

Irse de todos los lugares. Eso es ser travesti.

Para morir se debe preparar la casa, recibir al niño que supimos ser. Saber pedirle perdón por tanta traición cometida, por tanta mentira, por tanta sistemática decepción, por el rumbo perdido, por tanta belleza pasada por alto.

Yo encuentro muy sabio eso de echarse a dormir −dijo La Machi−. A veces todo es cuestión de sueño.

«Vas a terminar tirada en una zanja», me decía mi papá desde la punta de la mesa. «Tenés derecho a ser feliz», nos decía La Tía Encarna desde su sillón en el patio. «La posibilidad de ser feliz también existe».

Nosotras, las olvidadas, ya no tenemos nombre. Es como si nunca hubiéramos estado ahí.