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Para que entre la luz tengo que pedir ayuda. Y, como soy invisible, mi cuarto está a oscuras todo el día. El niño invisible y desplazado. El niño del monte. Montuno y maricón.
Me convierto en un mariconcito triste.
Pobre Natalí, murió joven, devastada por su particularidad, luego de envejecer aceleradamente, tal como envejecen las perras, las lobas y las travestis: un año nuestro equivale a siete años humanos.
Algo comenzó en esa penumbra. Hablo de mi penumbra ahora, hablo de mí misma. Hablo de la sensación de estar tragando puñados de tierra de la mano de Dios.
Nos habíamos dividido la tarea de juntar comida, que no era más que lo que nos sobraba a nosotras, que ya éramos las sobras de la ciudad.
Mientras tanto éramos indias pintadas para la guerra,
Así fuimos olvidando lo importante: que ser travesti era una fiesta. Porque la más hermosa de todas nosotras ya no estaba ahí para recordárnoslo.
«Sí, lo sé todo. Ella es mi mamá y mi papá. No todos los niños del mundo tienen esa suerte».
El cielo de las travestis debe ser hermoso como los paisajes deslumbrantes del recuerdo, un lugar donde pasar la eternidad sin aburrirse.
además esa otra vida como hombre, esa vida que todas las travestis tratamos de archivar, congelar o destruir una vez que la hemos abandonado. Nunca logré entender cómo hacía para vivir con un pie en cada patria.
Dicen «los travestis», «el travesti», todo es parte de la condena.

