Para no sufrir se había tomado un puñado de pastillas de todos los colores y se había acostado en su cama perfectamente peinada y maquillada, con un discreto vestido primaveral de señorita de otro tiempo. A su perrita Cocó le dejó agua y comida y la puertita del cuarto entreabierta para que pudiese irse cuando ya no tuviera ni comida ni agua ni dueña.

