El Gatopardo

by Giuseppe Tomasi di Lampedusa

la frecuencia de los matrimonios entre primos, producto de la pereza sexual y el interés por preservar la propiedad de las tierras, la escasez de proteínas en los alimentos, agravada por el exceso de féculas, la falta total de aire fresco y de ejercicio, habían llenado los salones de una turba de muchachitas increíblemente bajas, inverosímilmente cetrinas, insoportablemente chillonas; pasaban el tiempo en dulce montón y lo único que hacían era lanzar de vez en cuando reclamos colectivos que no lograban traspasar la timidez de los jóvenes, de modo que, al parecer, solo constituían una especie de telón de fondo para la actuación de las tres o cuatro criaturas hermosas que, como la rubia Maria Palma y la bellísima Eleonora Giardinelli, pasaban deslizándose cual cisnes en aquel estanque repleto de renacuajos. Cuanto más las observaba mayor era su irritación; en un momento dado, mientras pasaba por una larga galería en cuyo pouf central se había reunido una numerosa colonia de aquellas criaturas, su mente habituada a la meditación solitaria y a las ideas abstractas acabó deparándole una suerte de alucinación: le pareció que era el guardián de un jardín zoológico y que debía vigilar a un centenar de monitas; temía que en cualquier momento treparan a las arañas y, colgadas de la cola, empezasen a balancearse exhibiendo el trasero y a lanzar, entre chillidos y rechinar de dientes, cáscaras de avellanas contra las pacíficas personas que habían venido a visitarlas. Por extraño que p...

Fabuloso

con cada vuelta se quitaba un año de encima; pronto fue como cuando tenía apenas veinte años y bailaba en aquella misma sala con Stella, cuando aún no sabía qué eran las desilusiones, el tedio, y todo el resto. Por un momento, aquella noche, volvió a ver la muerte como «algo que solo afectaba a los demás».