El sexo te eleva como un proyectil, hacia o —mejor dicho— contra el cielo; te mantiene en el aire unos instantes y te deja caer como una pluma sobre la realidad. El sexo es bello y absoluto porque en algún momento termina y eso permite que vuelva a empezar, y es que todo aquello que acaba posee una belleza que nunca desaparece. Es un viaje de ida y vuelta, un paisaje efímero que desaparece al abrir los ojos.

