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El mundo quiere renovarse. Huele a muerte. No hay nada nuevo sin la muerte. Es más terrible de lo que yo había pensado.
Me sentía muy mal; y cuando me despedí y atravesé solo el salón, el perfume de los jacintos me pareció marchito, insípido y fúnebre. Una sombra se había cernido sobre nosotros.
Algo como una nueva humanidad. Porque había muchos —más de uno murió a mi lado— que habían comprendido que el odio, la ira, el matar y aniquilar no estaban unidos al objeto de la guerra.
¡Pequeño Sinclair, escucha! Voy a tener que marcharme. Quizá vuelvas a necesitarme un día, contra Kromer o contra otro. Si me llamas, ya no acudiré tan toscamente a caballo o en tren. Tendrás que escuchar en tu interior y notarás que estoy dentro de ti, ¿comprendes? ¡Otra cosa! Frau Eva me dijo que si alguna vez te iba mal, te diera el beso que ella me dio para ti… ¡Cierra los ojos, Sinclair!
La cura fue muy dolorosa. Todo lo que me sucedió desde aquel día fue doloroso. Pero, a veces, cuando encuentro la clave y desciendo a mi interior, donde descansan, en un oscuro espejo, las imágenes del destino, no tengo más que inclinarme sobre el negro espejo para ver mi propia imagen, que ahora se asemeja totalmente a él, mi amigo y guía.

