Ni por asomo puedo contarte la cantidad de veces que he sentido que las promesas de Dios no eran para mí. Siempre supuse que aquellos a quienes veía andar con Dios de maneras evidentes —aquellos que experimentaban Su presencia y poder, que veían Su actividad y oían Su voz, que caminaban en el Espíritu, y ejercían Sus frutos y dones con osada confianza y en forma constante— no habían hecho algunas de las cosas que yo había hecho. Pensaba que habían aprovechado mejor la gracia de Dios en sus vidas, a diferencia de

