Tu tarea como hijo sumamente amado y valorado por Dios es sencillamente rendirte al desierto, porque ese suele ser el único lugar donde nuestros deseos alocados finalmente pueden reducirse a lo siguiente: «Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo» (Sal.

