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Por esta razón algunos varones sabios definieron la ira llamándola locura breve; porque, impotente como aquélla para dominarse, olvida toda conveniencia, desconoce todo afecto, es obstinada y terca en lo que se propone, sorda a los consejos de la razón, agitándose por causas vanas, inhábil para distinguir lo justo y verdadero, pareciéndose a esas ruinas que se rompen sobre aquello mismo que aplastan.
La razón quiere decidir lo que es justo; la ira quiere que se tome por justo lo que ella decide.
¿Cuántas cosas nos mandan la piedad, la humanidad, la liberalidad, la justicia y la buena fe, que no están escritas en las tablas de la ley?
Nunca ardió en amor un pueblo entero por una mujer; jamás una ciudad entera cifró su esperanza en el dinero y la ganancia; la ambición domina en pechos aislados; el orgullo no es enfermedad pública.