La hija de la española
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Read between June 23 - June 25, 2022
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Mientras redactaba la inscripción para su tumba, entendí que la primera muerte ocurre en el lenguaje, en ese acto de arrancar a los sujetos del presente para plantarlos en el pasado. Convertirlos en acciones acabadas. Cosas que comenzaron y terminaron en un tiempo extinto. Aquello que fue y no será más. La verdad era esa: mi madre ya solo existiría conjugada de otra forma. Sepultándola a ella
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cerraba mi infancia de hija sin hijos. En aquella ciudad en trance de morir, nosotras lo habíamos perdido todo, incluso las palabras en tiempo presente.
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«Perder» se convirtió en un verbo igualador que los Hijos de la Revolución usaron en nuestra contra.
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Todos nos convertimos en sospechosos y vigilantes, travestimos la solidaridad en depredación.
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Vivir se había convertido en salir a cazar y regresar vivo. En eso consistían nuestros actos más elementales, incluso el de sepultar a nuestros muertos.
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«Uno es del lugar donde están enterrados sus muertos». Al observar el césped rasurado alrededor de su tumba, entendí que mi único muerto me ataba a una tierra que expulsaba a los suyos con la misma fuerza con la que los engullía. Aquella no era una nación, era una picadora.
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La frivolidad era el menos penoso de sus males. Nadie quería envejecer, ni parecer pobre. Ocultar, maquillar. Esa era la divisa patria: aparentar. Daba igual que hubiese o no dinero, daba igual que el país se cayera a pedazos:
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Era la culpa del superviviente, algo parecido a lo que padecieron los que se marchaban del país, una sensación de oprobio y vergüenza: darse de baja del sufrimiento era otra forma de traición.
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Los Hijos de la Revolución consiguieron llegar lo suficientemente lejos. Nos separaron a ambos lados de una
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línea. El que tiene y el que no. El que se va y el que se queda. El de...
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Con el hambre se desató la larga lista de odios y miedos. Nos descubrimos deseando el mal al inocente y al verdugo. Éramos incapaces de distinguirlos.
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Olvidamos la compasión, porque ansiábamos cobrar el botín de aquello que iba mal.
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La vida fue aquello que pasó. Aquello que hicimos y nos hicieron. La bandeja donde nos abrieron por la mitad como un pan a punto de crecer.       —¿Tanta