Mi madre había comprado la parcela años atrás. Mirando aquel hueco de arcilla, pensé en una frase de Juan Gabriel Vásquez que leí en una de las galeradas que tuve que corregir unas semanas antes: «Uno es del lugar donde están enterrados sus muertos». Al observar el césped rasurado alrededor de su tumba, entendí que mi único muerto me ataba a una tierra que expulsaba a los suyos con la misma fuerza con la que los engullía. Aquella no era una nación, era una picadora.