Oliver nunca pedía favores, ni siquiera a mí, que era su mejor amigo desde antes de que aprendiese a andar en bicicleta. No lo hizo cuando vivió el peor momento de su vida y rechazó casi toda la ayuda que le ofrecí, no sé si por orgullo, porque pensaba que era una molestia o porque quería demostrarse a sí mismo que podía hacerse cargo de la situación, por difícil que fuese.

