Mer Shulivar no era lo que Maia esperaba, aunque, en realidad, no podría haber dicho qué era lo que esperaba. Era alto, un poco desgarbado, con el cabello negro muy corto y unos vivos ojos azules; su piel era del mismo tono gris que la de Maia. Se miraron el uno al otro. Shulivar no estaba asustado ni se mostró hostil, y a Maia le resultó extrañamente fácil decir: —¿Por qué lo hicisteis? —Porque debía hacerse —dijo Shulivar. Maia vio que estaba absolutamente seguro, que su calma no provenía del simple coraje, sino de la convicción. —¿Debía? —Está en la naturaleza de todas las personas
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