con un lento y brusco movimiento, dos de las garras del puente se liberaron y se replegaron. El resto las siguieron, de dos en dos, y luego los pilares del puente se alzaron como alas y retrocedieron, una pareja cada vez, comenzando por el centro. El pecho de Maia se llenó de asombro, como una gran bola brillante que apenas le permitía respirar.